Hollywood, o lo que queda de él, ama los musicales. Es su género predilecto, su niña bonita. Por eso la industria ha bendecido con una lluvia de premios y elogios cada intento por resucitar el género, desde "Moulin Rouge" a "La La Land" pasando por "Chicago" o "Los Miserables". Más próxima al barroquismo anacrónico de Luhrmann que a la distinción de Hooper o la precisión y el encanto de Chazelle, "El gran showman" ofrece un espectáculo ágil y convenientemente edulcorado, con un gran despliegue visual y un desarrollo superficial de los personajes. En esencia, lo que se espera de un musical del Hollywood contemporáneo. Aunque hay una salvedad, un toque de distinción que eleva al filme: Hugh Jackman. Poderoso en escena, carismático cuando lidera al cuerpo de baile, sólido en la canción, inagotable en su despliegue, Jackman es el alma de la película y da una buena muestra de su talento para el género, que ya había lucido en "Los Miserables". El título le viene al pelo: es, sin duda, un gran showman.