Gregorio Luri habla claro. Él mismo confiesa que ha tenido que esperar a que sus hijos pasasen la adolescencia y la primera juventud, para lanzarse a observar el rol, deberes y derechos de la familia en el juego vital de la educación y plasmarlo no en uno sino en varios libros. El último, Elogio de las familias sensatamente imperfectas (Ariel) supone una ayuda para aquellas madres y padres que buscan hacerlo muy bien y que pueden caer, justamente, en lo contrario. Ayer, en Club FARO, habló de este último trabajo y realizó una reflexión profunda: "El primer deber de los padres es quererse sin complejos delante de los hijos; por varias razones porque cuando tus padres se quieren después de 15 años de matrimonio son conscientes de las imperfecciones del otro. La lección más importante es quererse sabiendo que somos imperfectos".

Luri, que fue presentado por Iván Mirón, director general del Colegio Apóstol Santiago Jesuitas de Vigo, subrayó que "lo importante no son los problemas que hay sino cómo se gestionan". Para entender esta aseveración, explicó que hay familias donde un contratiempo o incidente leve se eleva a problema descomunal con una respuesta desorbitada con gritos; mientras que esa misma preocupación en otra familia se vive de forma más normalizada ya que se pone el acento en la búsqueda de la solución desde el principio.

Este filósofo añadió que le "parece que el sentido común no tiene sustituto". En su caso, la primera conexión que tuvo con el sentido común en la educación familiar fue precisamente en el seno de su familia humilde de un pueblo agrícola de Navarra. Su madre le aconsejaba estudiar para poder presentarse allá donde fuera. "Eso es la educación, poder desarrollarte con normalidad en los distintos ámbitos. A veces, olvidamos la sensación de sentido común. Los padres jóvenes quieren hacerlo tan bien que, a veces, se olvidan de hacerlo simplemente bien".

En su reflexión, el educador explicó que "ahora, a los hijos, los trae la agenda. No quiero decir si está bien o mal. Cada plan que trae una mejora también trae algún inconveniente, a medida que aumenta la libertad para elegir la llegada de un hijo, incrementa la sensación de responsabilidad".

Gregorio Luri se quejó de la poca libertad de elección que tienen ahora los más pequeños con los padres dirigiéndoles su agenda y sin dejarles espacio propio para moverse sin supervisión. A su juicio, se ha suprimido la libertad de los juegos de los niños y el riesgo a hacer travesuras en favor de juegos didácticos decididos por los padres.

Agregó que "una familia normalita es un chollo psicológico. Una familia sensatamente imperfecta puede ser un lujo", ya que todo el mundo aspira a ser la familia perfecta.

Para Luri, habría que reformular los derechos del niño (aclaró que no se refería a la Declaración de los Derechos Humanos del Niño aprobada en 1948 por la ONU). El primer derecho sería el de tener padres tranquilos. Como ejemplo, explicó que algunos progenitores, en aras de encontrar el mejor centro escolar, se decantan por uno en la otra punta de la ciudad que les obligará a conducir mucho tiempo pasándolo en colas de tráfico que los acabarán enervando en lugar de estar tranquilos con sus hijos en un centro del barrio o cercano.

El segundo sería el derecho a tener unos padres normales. Reconoció que hoy el concepto de familia es muy complejo pero aclaró que él entendía por "una familia normal a quella que gestiona sus neurosis cotidianas sin excesivas gesticulaciones. A veces, aquello que improvisas tiene más sabiduría de lo que pensabas".

Agregó que una manera de demostrar que queremos a los hijos no se limita a besarlos mucho sino a ser exigentes con ellos, recordándoles que deben hacer sus deberes escolares u hogareños aunque estén cansados, aunque hubieran tenido un mal día.

El tercer derecho sería el de tener unos padres que les estén dando la tabarra todos los días. " En estos últimos años, se habla mucho de los valores, dela necesidad de educar en valores, a mí, esto me suena vacío. Lo importante no es hablar de valores, sino obrar de la forma más coherente posible", apuntó. Otro derecho se fijaría en la importancia de que los padres establezcan disciplina para generar autodisciplina en los niños y así ayudarles a combatir sus miedos.

El quinto derecho sería el derecho a ser frustrado y a conocer los adverbios de negación. Para él, la frustración debe entenderse como un "pensamiento estratégico, como la capacidad de reprimir deseos para tener un fin".