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Anna Turbau: "Hay una parte de Galicia que se está yendo y no debería ser así"

Una exposición en Compostela muestra el trabajo de la primera fotoperiodista en Galicia

La fotógrafa Anna Turbau Ricardo Grobas

En 1975, las obras de la autopista entre Vigo y A Coruña rompían la Galicia atlántica en trozos desconectados, con parroquias partidas, vecinos que tenían que dar rodeos de unos 15 kilómetros para llegar a sus fincas que hasta hacía nada estaban a metros de su casa. En el documental La mirada de Anna, de Llorenç Soler, diferentes voces relatan cómo "echaban a la gente de sus viviendas con gases lacrimógenos para derribársela".

La Ley de Expropiación forzosa establecía precios "de saldo" por los terrenos ocupados y miles de familias lloraban de rabia. Poco a poco, las mujeres levantaron puños y paraguas para protestar cansadas de que, incluso, piedras casi tan grandes como un 600 entrasen en sus viviendas como lanzadas por un bazoca tras las voladuras con dinamita en el trazado. Esa avanzadilla de mujeres, las damas de negro, fue retratada numerosas veces por la barcelonesa Anna Turbau, cuyo trabajo protagoniza el documental y quien está considerada como la primera mujer fotoperiodista que trabajó en Galicia. Una selección de un centenar de imágenes de varios de sus trabajos -que entonces se publicaron en medios como Interviu o Primera Plana- se podrá ver desde hoy en Compostela, en la exposición "A intimidade da imaxe".

La muestra, comisariada por Margarita Ledo -profesora de la Universidade de Santiago de Compostela y miembro de la Real Academia Galega (RAG)- se inaugura hoy en el Colexio de Fonseca en la capital gallega, organizada por el Consello da Cultura Galega: "Estoy como una niña con zapatos nuevos; esta mañana (por ayer) la he visto y me he quedado impresionada".

Turbau llegó al noroeste gallego en el año 1975. "Vine aquí para hacer fotografías en unas casas que proyectó Cesar Portela para los gitanos en Poio. Allí, el que es ahora mi marido hizo un documental y yo, un trabajo fotográfico. Conocí Galicia y me gustó la idea de quedarme a vivir, para seguir los movimientos populares que me interesaban muchísimo en aquel momento de convulsión política", explica la fotoperiodista desde Santiago.

Con su "lenguaje sencillo, directo e impactante", como ella misma lo describe, comenzó a plasmar las luchas ciudadanos de la Transición gallega. Lo hacía la única mujer entonces dedicada al fotoperiodismo en la región y que se había iniciado en la profesión de manera autodidacta. "En ese momento, era my difícil tener referentes; no había escuela fotográfica; teníamos algún libro de los fotógrafos de la agencia Magnum y eso era lo más novedoso que me podía llegar", explica.

A pesar de ser la única fotoperiodista, no tuvo ningún tipo de problema con los retratados o sus colegas en la prensa, que siempre la arroparon. Lo más peliagudo vino de las fuerzas policiales. Ante el miedo de acabar con prisión o sufrir represión, un buen día hizo la maleta y puso tierra de por medio en un 600.

En su memoria y en sus negativos, todos los relacionados con Galicia acaban de ser cedidos al Consello da Cultura Galega, perdura lo vivido. "Era muy impactante ver a los vecinos defendiendo sus tierras, sus pequeñas propiedades. No estaban en contra de la autopista en sí, sino de las barbaridades que sufrieron para hacerla. Fue realmente de una dureza brutal:entraban en casas con gente anciana enferma para tirar la casa abajo. Muchos de esos ancianos han muerto pero las fotos muestran cómo lucharon, lo bien que lo hicieron. No se puede olvidar esa brutalidad. Me gusta que se recuerden las cosas, que la gente joven sepa que hubo paisanos que defendieron sus tierras, que defendieron Galicia en definitiva", señala.

Sin embargo, uno de los peores momentos que sufrió fue cuando realizó un trabajo en el Manicomio de Conxo, en Compostela:"Las informaciones que tenía decían que aquello era un misterio y eso era un caramelo para un fotógrafo. Busqué cómo entrar y lo logré; estuve muy poco tiempo gracias a un médico que me acompañó y pudo distraer al guardián. Solo tuve una hora. Recorrí el pasillo del área de las mujeres hasta el comedor y el de hombres. Fue un shock; cuando guardé la cámara, me puse a llorar y estuve fastidiada varios días; era difícil de digerir. Había una niña y decían que no había menores; y había también chicas con discapacidad mental embarazadas. Aquel era un centro que pertenecía a la Iglesia y había poca valentía para enfrentarse a la Iglesia en Santiago. Eso ha sacrificado muchas vidas en Conxo, encerrándolas para sufrir muchísimo", denuncia.

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