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A dentelladas

Fotograma de la película.

Qué película más extraña. Un cruce de razas insólito. Desasosegante en sus mejores momentos, un poco forzada en los peores, que llegan, ay, justo al final. Al principio se anuncia un contenido apocalíptico (calles desiertas, una niña en bicicleta perseguida por perros enfurecidos) cortado de raíz para irnos al pasado y encontrarnos con un melodrama familiar: las tensas relaciones entre un padre y una hija preadolescente. Entonces aparece el perro como tercero en discordia y no se sabe muy bien de qué va la cosa. Pero la confusión dura poco. Quien recuerde la ya añeja película de Sam Fuller White dog (no "god", el intercambio de letras no es casual) reconocerá de inmediato la variante: si en aquella se mostraba la reeducación de un perro entrenado para matar a personas de raza negra, aquí se da un vuelco a esa idea y un perro apacible es transformado en una bestia asesina. ¿Y qué rumbo toma entonces la historia? Uno inesperado: incorporar un tono épico convirtiendo al animal en una especie de Espartaco canino que se rebela contra sus opresores y su vida de "gladiador" en peleas de perros y lidera la rebelión de cientos de animales contra el ser humano. Contra el dios blanco que da privilegios a los perros de raza y encierra los demás._Racismo puro y duro, vaya. Las pinceladas alegóricas resultan un tanto toscas en ocasiones, pero el virtuosismo a la hora de mostrar el proceso de evolución (cómo un perro adorable, de pronto, da miedo) es tan impresionante que se olvidan las carencias para apreciar las virtudes. Cuando se dejan a un lado los mensajes y se entra a saco en el género de terror, White god, enseña los colmillos y enlaza imágenes muy potentes (algunas recuerdan Los pájaros hitchcockianos) que sólo pierden fuelle en un final que recuerda al flautista de Hamelin, sin duda chocante pero algo desafinado

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