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Violencia filioparental, la pieza negra del puzzle de los afectos

"No sirve 'aquí les dejo a mi hijo, cúrenlo'; los padres se tienen que implicar más"

El Centro de Menores Montefiz, en Ourense, es el único de Galicia en el que ingresan los menores denunciados por sus padres, que tienen que participar también en las terapias

Gonzalo (nombre ficticio) tiene 16 años. Vive con sus padres y otro hermano en una ciudad gallega. Desde que tenía cinco años fue un niño propenso a las pataletas y sus padres -ambos de profesiones liberales y que decidieron ser padres cumplidos los cuarenta- llegaban agotados del trabajo y a menudo le daban lo que pedía para evitar enfrentamientos. A los 14 años comenzó a coquetear con el alcohol y el cannabis y a saltarse las clases. Amenazaba a sus padres constantemente si no le daban el dinero que necesitaba. Gritaba y tiraba los muebles de la casa. Un día, hace dos años, pegó una patada a su madre que la tiró al suelo. Fue la primera de varias agresiones físicas. La familia ocultó durante mucho tiempo estos episodios de violencia. Por vergüenza. Por un profundo sentido de culpabilidad. Pero al final no pudo más y decidió denunciar a su hijo a la policía. El juez determinó 9 meses de internamiento para el joven.

Esta historia ficticia mezcla las vidas reales de algunos de los menores internados en el Centro Terapéutico de Menores Montefiz, en Ourense, el único en Galicia que atiende a los menores con problemática psicopedagógicos que cometen delitos, incluida la violencia filio parental. "En los últimos seis años este tipo de violencia es el delito tipo por el que ingresan aquí y más de la mitad de los menores que tenemos en estos momentos responden a estas características", explica Raquel Gude, psicóloga del centro, que cuenta con 23 plazas.

Cuando los menores ingresan en el centro se pone fin al ritmo desestructurado en que vivían; sin horarios ni obligaciones (el absentismo escolar es muy alto). Entregan sus móviles y el manejo de las nuevas tecnologías es con supervisión del personal. "Suele haber un primer momento de enfado y episodios de crispación, pero se adaptan muy rápido porque llegan muy necesitados de que les pongan límites; ellos mismos los demandan, aunque pueda parecer raro", apunta Gude.

El tratamiento que recibe cada menor es totalmente individualizado. "Todos realizan talleres terapéuticos donde se trabaja la empatía, las relaciones sociales, el control del comportamiento... Algunos además necesitan tratamiento farmacológico, psicoterapia y atención psiquiátrica. Pero lo que es común en todos los casos es la necesidad de que las familias enteras se impliquen; no vale el 'Aquí os dejo a mi hijo, curadlo', los padres no pueden ser agentes pasivos, tienen una gran responsabilidad y la solución está en el propio seno de la familia", advierte la psicóloga. De este modo, los padres, según su procedencia, tienen un contacto presencial o vía telefónica muy frecuente con el centro. "El objetivo es volver a legitimarlos como figuras de autoridad, que sean capaces de posicionarse ante su hijo", describe Gude. En el centro, los internos recuperan una vida totalmente organizada que en sus casas habían perdido totalmente. Algunos estudian fuera, otros dentro, ayudan en las tareas de limpieza del centro y tienen también diversas actividades de ocio. Pero todos ellos tienen la obligación de dormir en el centro. A las 22.30 horas se apagan las luces.

Pasada la etapa inicial y según vaya avanzando la terapia, los menores cuya medida judicial lo permite comienzan a ir a casa los fines de semana, "siempre que ambos lo deseen", destaca la psicóloga.

Los menores denunciados por este tipo de violencia hacia sus padres suelen estar internados una media de nueve meses a un año. "Cuando hay disposición para trabajar por ambas partes y consiguen ponerse unos en el lugar de los otros sí conseguimos grandes mejoras; en los otros casos, no", admite la experta, al tiempo que opina que "lo ideal es que este tipo de violencia se empiece a tratar cuanto antes; cuanto más tiempo se deja pasar, más empeora la situación".

Para los trabajadores del centro la presión diaria no es siempre fácil de sobrellevar. "Los chicos proyectan la figura de los padres en el personal del centro que trabaja con ellos y depositan en nosotros toda su frustración y rabia. No es fácil llegar a casa y olvidarse de los problemas de estas familias, por eso es importante tener una buena formación profesional y continua, para estar en condiciones de hacer frente a todas las situaciones".

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