Claro, lees en las frases promocionales de "Les doy un año" que detrás de ella están los hacedores de Notting Hill, Cuatro bodas y un funeral o Love actually (pero sin su guionista fetiche, Richard Curtis, ojo) y te pones en lo peor. Luego empiezas a verla y te echan encima una escena romántica y luego otra cómica con una boda en la que el cura casi se muere y dices: oh, esto es una copia de saldo de lo que ya nos sabemos de memoria. Para romper un poco los esquemas hay un brote de grosería a cargo del inevitable amigote deslenguado que suelta barbaridades en la fiesta nupcia. Sin embargo, y ahora empieza lo bueno, o lo menos malo, Les doy un año se despereza poco a poco hasta coger cierta velocidad y adoptar formas propias que la distancian de sus temibles y exitosos precedentes.

No es que estemos ante la octava maravilla del mundo, ni siquiera ante un título que recordemos al final de año cuando hagamos balance de lo visto, pero, al menos, el guión y la dirección escogen caminos menos trillados y acaban dando la vuelta a la tortilla del género con algunas pequeñas bombas de profundidad a los lugares comunes que presiden este tipo de películas sobre amores, desamores y demás milongas. El clímax, en ese sentido, es curioso en su planteamiento (una declaración de divorcio) aunque preceda a un desenlace que vuelve a circular por los carriles de lo previsible, en este caso por partida doble. En fin: que se puede ver con agrado pero si no se ve no pasa nada, y tiene un gag porno de lo más divertido.