Albert Mamriev concertista y profesor de piano nacido hace 39 años en Daguestán, a orillas del mar Caspio, ha dejado una estela musical difícil de olvidar, tras su concierto de ayer en la Assamblea de Valença do Minho, dentro del programa del Festival Internacional de Instrumentos de Tecla, IKFEM. Perfeccionista, se atreve a afrontar retos, como el de ser el único pianista en el mundo que interpreta las transcripciones para piano que realizó el compositor Franz Liszt, de obras de Wagner. Él dice que eso es obra de Dios. Colgada del cuello, una medalla con la estrella de David y las Tablas de la Ley. Es judío.

-¿Qué le llevó a formar parte de la edición de IKFEM de este año?

-El profesor Vincenzo Balzani y yo somos íntimos amigos. Hace tres semanas me pidió que fuese la persona de confianza que necesitaba para dar las masterclasses. Él no pudo venir. Por suerte, combiné mi agenda, que está llena. Salí de un concurso en Berlín para dar masterclasses en Tallin (Estonia), y de ahí a Tui.

-Se ha formado tanto en Moscú como en Tel Aviv. Dos culturas tan distintas... ¿De qué forma han influido estas experiencias en su trayectoria profesional?

-Me ayudaron mucho. He estado en escuelas de Rusia con concertistas únicos, en el conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Con Gorbachov, los judíos emigramos a Israel. Allí tuve la suerte de tener como profesor a Arie Bardi, en la Universidad de Tel Aviv. Eso me ha motivado a aprender ruso, alemán, hebreo y más tarde el doctorado en Alemania.

-Ha formado parte de orquestas como la Utah Symphony, la Royal Scottish National, la Cámara Sinfónica de Israel, la Gulbenkian de México, Beijinj Symphony... Es un músico del mundo. ¿En qué fase artística se sitúa y qué objetivos se marca dentro del mundo de la música?

-Cada día es para mí una oportunidad para el éxito, para no estancarme, para buscar nuevas grabaciones y nuevo repertorio. Lo que más me fascina es aquel de dificultad extrema, como el que tocaré esta noche (por ayer), de Charles Valentin Alkan, en la Assambleia de Valença.

-Le han definido como "el gran espíritu romántico" ¿se siente identificado con eso?

-Cuando toco no pienso en periodistas, sólo me concentro en seguir mis propias ideas. Quiero transmitir a los que me escuchan el amor a la música y, como dijo Beethoven, quiero tocar con el corazón.

-Ha grabado las transcripciones para piano que realizó Franz Liszt de obras de Richard Wagner ¿que le llevó a ello?

- Me atrae la idea de ser el primero y el único en hacerlo y la dificultad que supone. He tocado 150 conciertos por el mundo con este programa para la Sociedad de Wagner, incluido en Alemania e Israel. Le cuento que en una carta de Liszt a Wagner, le dice que "he acabado de la hacer la última transcripción. Vamos a rezar para que nazca alguien que pueda tocarla". Ese soy yo.

-¿Qué desea trasladar al público en el concierto de hoy (por ayer)?

-La música es una medicina para el alma. Quiero que todos emocionen, que rían, lloren, sientan.