Animada a renovar algo del armario de cara al invierno, ojeo el otro día un semanario de esos que dan el domingo con los periódicos a ver qué se lleva este año. "Complementos y prendas que no te puedes perder esta temporada", rezaba el artículo con el que pretendía yo despejar la duda de si comprarme un abrigo negro o uno verde militar. En una de las páginas te enseñan, efectivamente, abrigos... a 1.000 euros el más barato. En otra te encuentras bolsitos de 4.000 y 5.000 euros, y en la siguiente, unos guantes de lana la mar de monos de 500 euros. Otro artículo va de relojes, con un Cartier con diamantes y esmeraldas como propuesta estrella, y un poco más allá hay recomendaciones de cosméticos "imprescindibles" a 200 euros el bote.

A esas alturas llego a la conclusión de que la revista no va dirigida a mí, y eso que mantengo mi trabajo, mi sueldo es decentito y me puedo permitir algún capricho en el "todo a 20", algo que no pueden hacer millones de personas en este país. Entonces, ¿a quiénes se dirigen los editores de estas publicaciones? ¿Cuántos lectores de los periódicos que las regalan se pueden permitir pasar dos semanas en la Clinique La Prairie de Suiza para someterse a una terapia de revitalización celular o darse un respiro en el mejor spa de Bali? ¿Cuántos pueden comprar unos pendientes de 10.000 euros? ¿Cuántos puede gastarse 500 en unos guantes de lana? Yo no conozco a nadie; bueno, a casi nadie, -que en esta vida hace uno conocidos de lo más curiosos-, a quien no le chirríe que pidan 4.000 euros por unos zapatos.

Se supone que nos venden sueños, o tendencias -como dicen ellos-, pero francamente estoy hasta las narices de ser consciente todos los domingos frente al café con leche de lo que voy a perderme en la vida; de que las técnicas asiáticas de rejuvenecimiento no van a pasar por mi cuerpo y de que jamás sabré en qué consiste el ritual amerindio con el que abrir los chakras a base de incienso, salvia y piedras calientes que ofrecen en una maravillosa villa del Caribe y que te recomiendan en la revista.

Todo este desparrame de propuestas aún resulta más delirante si, como es mi caso, te miras las revista después de leer los periódicos que las encartan. No sé si los editores de este país creen que los lectores de prensa no podemos aguantar más la realidad que se refleja cada día y la compensan con fantasías pero, al menos yo, hasta que me haga rica y opte por alguna de esas maravillosas revistas con nombre francés que veo en el kiosco, agradecería que alguien pensara en mí, porque sigo sin saber qué tipo de abrigo puedo comprarme con los 70 euros que tengo de presupuesto.