Woody Allen con acento argentino. Un Woody Allen de la última etapa, eso sí: una idea más o menos sugerente, un arranque prometedor y una cristalización astillada por dar demasiados golpes de humor ramplón a una historia que en sus mejores momentos apuesta por todo lo contrario. De hecho, incluso hay un guiño furtivo al cineasta neoyorquino y su Match point, la película tras la que se dejó llevar por la corriente de lo fácil. En "Dos más dos" hay dos parejas muy distintas, que no distantes: son amigos. Bueno, amigos más bien superficiales, porque saben muy poco en realidad de lo que ocurre en casa ajena. En cama ajena, mejor dicho. El contraste es evidente: un matrimonio con adolescente respondón que vive instalado en una rutina confortable, sexo programado y discusiones civilizadas al color de un zumo de naranja matinal. Dos profesionales de éxito que no le buscan tres pies al gato, no vayan a arañarse. Y, enfrente, un matrimonio con una forma de entender las relaciones de cama muy liberal: intercambios de pareja y esas cosas. Cuando surge la propuesta / tentación de aplicar esa receta para la convivencia perfecta con los cuatro amigos como protagonistas el embrollo está servido.

Hay ingredientes bien cocinados en esta comedia de quiebros dramáticos y ocasional tristeza. Los detalles, por ejemplo. Es una película muy detallista a la hora de dibujar a sus personajes (ese GPS que va "recalculando" machaconamente su camino a casa, la lograda escena de la prueba de alcoholemia, que define con precisión el carácter de quienes lo sufren, el ácido choque de caracteres con la palabra "cool" por el medio...) y que tiene en el actor Adrián Suar (una especie de Ricardo Darín menos solemne) un pilar fundamental: aporta a su complicado personaje una autenticidad inteligente, y saca punta a los diálogos para lograr una acertada mezcla de comicidad y patetismo con ribetes de dignidad. La larga y muy bien modulada secuencia de la fiesta junto a la piscina, repleta de invitados ávidos de cambiar sexo estable por sexo desconocido, con Suar deambulando como un pez fuera del agua entre mujeres depredadoras y hombres ansiosos, lleva la película a un estado de gracia que se prolonga durante una hilarante discusión de cama en la que la esposa le confiesa a voz en grito su (modesta) fantasía sexual o en pequeñas píldoras bien dosificadas que muestran el peso de la frustración, la garra de los celos, la angustia del miedo a la pérdida. Por eso es una lástima que, de golpe y porrazo, haya un volantazo y se recurra a gags muy manidos (el hijo pillando a los matrimonios pillando) antes de caer en un sentimentalismo de garrafón que hace perder el sentido a una obra que apuntaba en sus primeras descargas mucho más alto.