Serrat íntimo en un espacio abierto. Serrat, rotundo en su voz, que llenó el aire de afectos. Lleno total, anoche, en el anfiteatro pétreo y gratuito; y casi total en las sillas, aunque, un día antes, fuera imposible ya conseguir en ellas asientos.

En el concierto del catalán anoche en Vigo, público desde los veinte en adelante; más bien ya cumplida la treintena, aunque en las gradas se vieran, entremezcladas con un gentío adulto, caras más juveniles.

"Me llamo barro, aunque Miguel me llamo / barro es mi profesión y mi destino...", se oyeron en off esos versos del poeta de Orihuela. Y se oyó después la voz del cantautor en la distancia, que se hizo presente saludado por una descarga de aplausos, que se convirtieron en eco trepidante al final de su primer tema. Pero avisó Serrat: "No admite este concierto otras canciones que las de a Miguel Hernández dedicadas". Entonces, se escuchó un "¡oooh!", de disgusto, que se extendió a lo largo de las gradas.

"Llego con tres heridas", la canción con que cerraba aquel ya mítico disco de 1972 dedicado al poeta, acompañó su entrada en el escenario. "Uno de aquellos", el poema que abre Hijo de la luz y de la sombra, su último disco, de 2010, le sirvió de despedida. En medio, todo un canto poético que habla de amor, de miseria, de pasión, esperanza, sensualidad, compromiso...

Serenidad

Más de una hora y media de composiciones bien ajustadas, interpretadas con una serenidad apabullante, exquisitamente arregladas y seleccionadas con tal acierto que convirtieron al concierto en un recorrido literariamente amplio por la vida del poeta, desde la obra de juventud ("La palmera levantina") a la época más creyente de los "Silbos", para acabar con un poema de "Hijos de la luz y de la sombra".

Cien minutos consagrados exclusivamente al poeta del hambre, la guerra, la cárcel y el aire de Levante. Y, si Serrat canta, declama, además, versos del oriolano en la presentación de cada canción. Hay quien se ha atrevido a calificar como "auto sacramental" este singular concierto, por su hondura, su belleza, su encantamiento. Y no anda, metafóricamente, errado.

También el aire de Castrelos se entrecruzó de sentimientos diversos. Si con "Niño Yuntero" estremeció, hubo emoción sobrecogida con la "Elegía a Ramón Sijé" o la "Nana de la cebolla", vibraciones inexplicables al cantar "Para la libertad"... Nunca en sus actuaciones anteriores elaboró una dramaturgia como en ésta ni quizás consiguió tanto dramatismo. ¿Se erizaba la piel? Se erizaba muchas veces la piel al oírlo con esos cinco músicos redondos que lo acompañaban en escena, igual que sus interpretaciones contaron con el apoyo de videoclips relativos a la poesía de Miguel Hernández, filmados "gratis et amore" por directores de prestigio del celuloide como Manuel Gutiérrez Aragón, José Luis Garci, Isabel Coixet, Imanol Uribe, Sergio Cabrera, Bigas Luna...

Fue como una liturgia en la que hubo cánticos, rituales, participación, misterio, trascendencia... Volvió Miguel Hernández en sus canciones. A flor de piel. Erizando la epidermis de la gente, llenando el auditorio de sus palabras de fuego.