Alberto Manguel es, ante todo, lector. Después, viene todo lo demás: ensayista, narrador, traductor. editor y bibliófico. “Una historia de la lectura” catapultó a este judío argentino, hijo de diplomático, que en su juventud fue lector de Borges, ya ciego, y vivió en varios países. Manguel dará esta tarde una conferencia sobre “El camino de la lectura” en la Real Academia Galega.

-¿Vive sin teléfono móvil y sin ordenador?

-Tengo un ordenador pero lo utilizo como una máquina de escribir. No tengo internet ni móvil.

-¿No recurre a Google?

-No. Tengo una biblioteca muy grande y, si necesito más información, voy a una pública o compro otro libro.

-Una biblioteca de unos 35.000 libros. ¿Le acompañó en todos sus traslados?

-Siempre viví en casas pequeñas y nunca tuve sitio para mis libros. Los iba acumulando en un depósito, en Canadá, y es la primera vez que tengo un lugar suficientemente grande. Los traje cuando me trasladé aquí, hace diez años.

-¿Cómo es su biblioteca?

-Cuando compramos esta casa [una rectoral en Mondion, cerca de Poitiers, en Francia] había un establo de piedra que había sido demolido hace tres siglos, lo reconstruimos y convertimos en biblioteca. Recuerda a la del Ateneo de Madrid.

-¿El contenido?

-Un poco de todo. Está dividida por la lengua en la que el libro fue escrito, sea del género que sea. Tengo secciones de historia universal, de mitologías, sobre la Biblia y comentarios teológicos, además de otras sobre temas que me interesan mucho, como la leyenda de Don Juan o del judío errante.

-¿De donde viene esa afición?

-De pequeño, viajaba mucho porque mi padre era embajador. Pasaba mucho tiempo en dormitorios de hoteles o de casas que no eran la mía y los libros me daban seguridad: cuando volvía de noche, allí estaba la misma historia y la misma ilustración de la noche anterior. Siempre tuve la sensación de que mi hogar, mi patria son los libros.

-¿Diez libros fundamentales?

-Fundamentales, para mi, claro. Alicia en el país de las maravillas; “El hacedor”, de Borges; “El Quijote”, “La Divina Comedia”, “La Iliada”, los poemas de San Juan de la Cruz, “El libro de Job”; “Kim”, de Kipling; los poemas de Rimbaud, y el “El Cancionero Vaticano”.

-¿Hay alguno imprescindible?

-Imprescindible es el que necesitas en un determinado momento. El libro que necesitaba esta mañana no es el que necesito esta tarde. Para viajar en tren esta nocha me será imprescindible un libro policiaco y voy a llevarme “El perseguidor”, de Patrick Quentin.

-¿No viaja en avión?

-Odio el avión. Los aeropuertos son enormes salas de espera en las que se propaga el tedio y las enfermedades.

-¿Hay fetichismo en esto de los libros?

-Sí, pero depende. Borges no era nada fetichista para los libros. A mí, en cambio, me gusta el objeto libro, pero no tiene que ser de bibliófilo.

-Pasión que también cultiva.

-No, porque hay que ser muy rico, pero a veces encuentro cosas.

-¿Algunas rarezas?

-Una biografía de Sancho, publicada en 1723, de autor anónimo; una edición de “El Quijote” de 1720...

-¿Es de “El Quijote” del que más ediciones tiene?

-No, de “La Divina Comedia”.

-¿Una biblioteca que le guste?

-La Biblioteca Histórica de la Ciudad de París, en el Marais, pequeñita, con ventanales sobre un jardín; es como un santuario.

-¿Qué aprendió de Borges?

-La confianza de mi pasión por los libros. Querer vivir de los libros era arriesgado, no en una profesión conocida. Borges me dijo que si yo quería ser lector, que lo fuese, que ya encontraría la forma de ganarme la vida. Y decía que no tenía la obligación de terminar un libro o de leer las historias oficiales de la literatura. Borges no creía en las etiquetas y yo también descreo.

-¿Cómo era su biblioteca?

-Tenía unos 600 libros: literatura anglosajona antigua, literatura clásica argentina heredada de su padre, la Enciclopedia Británica. Un día recibió una edición de lujo de sus libros en seda negra y letras de oro. ‘Parece una caja de bombones’, dijo, y se la dio al cartero.

-¿Presta libros?

-Nunca, es proponer un robo.

-No fue a la Universidad.

-Ahora lo lamento. Los estudios dan cierto orden mental.

-¿Vive de derechos de autor?

-¡No, por Dios!, eso es para los autores de bestsellers. Mis libros no se venden mucho. El que más se vendió, Una historia de la lectura, apareció en 32 idiomas pero no llegó a los 100.000 ejemplares en todo el mundo. Vivo de las conferencias, de traducciones, de artículos.

-¿Publica con dificultad?

-Tengo dificultades para cobrar.

-Borges tendría problemas para publicar hoy, según usted.

-Tendría problemas y yo también si empezase ahora porque toda la industria editorial es un supermercado. Sólo publican lo que creen que van a vender en cantidades enormes. Es gravísimo, estamos en medio de una campaña de promoción a la estupidez y tratan de convertirnos en idiotas.

-¿Qué es leer para usted?

-Leer es descubrir el mundo, compartirlo, encontrar palabras para nuestra propia experiencia.

-Es un acto de rebeldía, dice.

-Se ha convertido en un acto de rebeldía porque el poder no quiere dejarnos leer. Leer es un acto de rebeldía porque nos rebelamos contra esta imposición de la estupidez.

-¿Y un acto de supervivencia?

-Y de supervivencia, porque yo no sabría sobrevivir sin lectura, no sabría sobrevivir sin las palabras.