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El club de la lucha

Sobrio e inteligente drama de trasfondo deportivo que no apura sus posibilidades, pero con un buen nivel

Steve Carell y Channing Tatum.

Cuando Bennett Miller asomó la cabeza por la pantalla grande con su estimable "Truman Capote" tuvo la afortunada desgracia de que la impactante interpretación / imitación de Philip Seymour Hoffman realzara la figura de la película a la par que oscurecía el trabajo de un director con voluntad de estilo: sin alardes de cara a la galería, con la austeridad siempre presente (incluida la banda sonora) y con una puesta en escena muy medida, que es lo mismo que decir muy meditada. Y con cierta tendencia a la morosidad que a veces invocaba el fantasma del aburrimiento. Nada grave, en todo caso. Con "Moneyball" la historia era distinta porque el relumbrón no se lo llevaba la estrella (Brad Pitt estaba bien, y punto) sino el guionista: Aaron Sorkin (más Steven Zaillian, menos insigne). Pero el estilo seguía respondiendo a las mismas premisas: sin prisas y con muchas pausas, cediendo protagonismo a otro (los diálogos suculentos, los cruces y descruces de pensamientos sorkinianos con el trasfondo deportivo como excusa) y aplicando su manual de director puntilloso y calculador. Una película tan admirable como distante, tan inteligente como adusta. Un pelín tediosa.

Y a la tercera, Miller da un paso al frente y es él, quizá convencido ya de las virtudes de su estilo, quien se esfuerza al máximo por elevar su mínima propuesta argumental y hacer que se note en cada escena su presencia por la vía de un reduccionismo en constante expansión. De ahí que sus escenas siempre duren un poco más de lo necesario, que los silencios sean mucho más frecuentes e intensos que los diálogos y que la cámara rehuya muchas veces el cuerpo a cuerpo para alejarse de los personajes, lo que se traduce cuando es un acierto en planos memorables donde se muestra en todo su esplendor el aislamiento, el desamparo, la tristeza de quien se queda a solas en la pantalla. Esa apariencia tan severa y solemne, apenas visitada por una música escasa y discreta, hace que la película parezca mejor de lo que es en realidad. Y es que, a pesar de los meritorios esfuerzos taciturnos de un Steve Carell apostado tras un aparatoso maquillaje y un aceptable Channing Tatum como hombretón lleno de inseguridades y carencias emocionales, la sensación final que deja la película es que, a pesar de sus indudables y por momentos admirables virtudes, ha dejado a medias una historia que podía dar mucho más de sí. Dicho de otra forma: si el guión fuera de Sorkin seguro que se hubiera explotado al máximo esa soterradamente tormentosa relación a tres bandas entre el millonario neurótico y caprichoso descabalgado de su propia vida y aferrado al patriotismo como una forma de encontrar un calor maternal, el luchador desorientado que busca algo parecido a un padre y el hermano sensato y de vida apacible (Ruffalo, qué grande eres). En cualquier caso: Miller progresa adecuadamente y con "Foxcatcher" mantiene intacto el crédito.

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