>>Es uno de lo patriarcas de esa marinería gallega que navegó todos los mares y compensó con su espíritu de hierro la endeblez de los barcos de madera. Aún hoy, con casi 96 años (tiene una hermana de 99), no acepta ayudas ni para levantarse de su asiento. Asturiano de Candás como su padre y abuelos venido a Vigo a mediados del pasado siglo, nació con Alfonso XIII, vivió la República, la guerra en los dos bandos, el franquismo y la nueva monarquía democrática. A él ni monarquía ni Franco ni República le movieron un músculo de su cara curtida por vientos salobres de los mares porque lo único que le interesó fue navegar y navegar, desde la costera a Groenlandia o las aguas africanas.Tuvo dos hijos, dos mujeres de las que fue dos veces viudo y lo que sufrió lo supo llevar por dentro revestido de una alegría que aún hoy proclama en la Residencia de Válidos de la Tercera Edad, en el Meixueiro vigués, en donde ingresó por voluntad propia y recibe visita, respeto y afecto de los suyos. Sus hijos, uno de ellos jubilado como capitán como él, y sus nietos, una también con igual título, lo que da al menos 5 generaciones Prendes dedicadas al mar. Sigue sin saber nadar.

>>Los años de niñez. "Nací el último de ocho hermanos de padre marinero, como su padre, y madre trabajadora de la conserva. No otra cosa se podía hacer en Candás, parroquia de Carreño en Asturias, donde las tierras eran de unos pocos y los demás buscaban el sustento en el mar. A mi padre el apodo, "repatriado", le venía por su paso por la guerra de Cuba, y de ahí se pasó a la guerra del mar. Si pescaba, ganaba y si no, pues nos areglábamos pero nunca nos faltó un plato al día; digo un plato, no dos y menos tres y ya dábamos gracias pero ahora se quejan por todo. Dentro de poco cumplo 96 así que haciendo cuentas nací en 1918, con Alfonso XIII, aunque en aquella parroquia de Candás, de donde por cierto son Albo y Alfageme, yo no tenía maldita idea de quien mandaba, igual que cuando llegó la República a mis 13 años. Estudié mal que bien hasta los 15 en que me echaron al mar a coger sardina, bocarte, marisco... y aprender las artes de palangres y trasmallos.

>>"Soldado de dos bandos. "No estuve mucho tiempo porque tres años después, cuando tenía 18, estalló la guerra civil, me dieron un fusil y me mandaron al frente de Trubia, donde estaba la fábrica de armas, a parar a los sublevados. Recuerdo a los moros de Franco entrar en las trincheras a bayoneta y a nuestros jefecillos políticos republicanos gritando "sálvese quien pueda". A mí no me costó nada obedecerles y me volví solo por los montes, de madrugada y a pie, a mi pueblo, a donde llegué sin dejar el arma cuando ya estaba tomado por los nacionales. Cuando me vio mi padre, alarmado, me aconsejó que entregara el arma en el cuartel de la Guardia Civil. Había una comisión del pueblo para ver quien se había significado con la República pero como yo no tenía antecedente alguno me djeron: "Elige, Falange o Ejército". Y pasé del bando republicano al ejército nacional, tan obligado en el uno como en el otro porque yo nunca fui hombre de política y menos de guerras".

>>Caminos de guerra. "El caso es que ya en el bando nacional me mandaron a León, de allí a Astorga, luego a Vitoria... No voy a ocultar que traté de escaparme ya en León pero no pudo ser. Pero camino de Vitoria, en Valladolid, lo conseguí: bajé del tren y volví en otro hacia mi pueblo sin encomendarme a Dios ni al diablo. Vi a los míos pero ¿qué iba a hacer? Volví por mi cuenta a mi destino en Vitoria en donde me llevaron ante un general que me preguntó porqué había escapado. "Porque quería ver a mis padres antes de morir', le respondí". Debí recordarle a un hijo o algo así con mis 20 años apenas cumplidos porque, en vez de someterme a un Consejo de Guerra, me envió a Intendencia y me destinaron a Burgos en Sanidad. Hice de camillero hasta el final de la guerra, cuando entramos en Barcelona. Estuve recogiendo heridos también en el frente de Teruel. En los Pirineos acarreté más moros que pelos tenía en la cabeza, con la aviación republicana tiroteándonos. Me decían que morían por España pero les esperaba un más allá feliz, con mujeres incluidas. No voy a describir las escenas que tuve que presenciar, las muertes de hombres, mujeres y niños. También tuve que recoger a fusilados, unas veces por la Guardia Civil, otras por la Falange y otras por militares. Se turnaban en un horror sin fin y yo nunca me acostumbré a ello. nunca pude coger callo, verlo con frialdad. Acabé tras la guerra de sanitario en un gran hospital de Burgos lleno de heridos".

>>La vuelta al mar. "Tenía unos 22 años cuando volví a mi tierra asturiana y a la mar. Estuve primero en pesca de bajura, luego de marinero al arrastre, a la pareja y al bonito... Me casé en 1942 y hubo un tiempo en que me quedé en tierra para sacar en Gijón el título de patrón de costa, trabajando como tal una vez conseguido hasta 1948. Pero hubo algo que cambió mi vida y la de mi familia. Mi hermano mayor, Agustín, que estaba relativamente bien situado, mandó construir un barco en Domaio para la pesca de arrastre y el bonito. El "Obdulia y José María", nombres de nuestros padres, era de madera, de 20 metros de eslora y 186 HP de motor y nos encargó trabajarlo a tres hermanos, así que todos nos vinimos con nuestras familias para Vigo en ese año de 1948. El primer año hicimos una costera y un arrastre por aguas de A Coruña. Posteriormente el barco se afincó en Vigo, donde vivía y trabajaba mi hermano mayor como encargado en la fábrica de Alfageme. Había estado en Cuba y luego en Nueva York, donde le había coincidido el crack del 29, y por fin se estableció en Vigo tras su vuelta a España. Ese barco fue nuestro medio de vida y con él íbamos a las costas de Portugal al arrastre, y hasta llegamos al Gran Sol al menos en dos ocasiones, cuando no había pesca aquí. Dieciseis marineros en 20 metros de eslora, y en un barco de madera, imagínese. Pero nosotros veíamos el sufrimiento como una parte normal de nuestra existencia. Fuimos potencia mundial por lo mucho que sufrimos sobre las aguas. Dormíamos en colchonetas hechas con hojas de maíz y apenas teníamos sitio para dormir.Y ahora se quejan ..."

>>Por los mares del mundo. "Vivíamos desde los años 50 en el Rocío, entre Coia y Bouzas, y en el barco familiar pasé hasta 1970 o 71, en que lo dedicaron a la palometa y yo, que ya tenía título de patrón de altura, quería ir a mayores distancias. Luego de andar en varios barcos al arrastre como patrón de pesca, paso a patrón de costa en el María Laura, y después en el Mar 12 de Casa Mar. A su vez, mi hijo José Antonio, empezó de aprendiz conmigo en 1962, con 16 años. Luego fue patrón de costa, después de pesca y, si él empezó como subalterno mío, yo pasé a ir con él como oficial suyo más tarde. Eso fue en 1975, en que embarcamos los dos en el "Álamo" para pescar calamar en Boston y camarón en Groenlandia. Después pasamos al "Diamante", en el que fuimos al calamar y luego al Banco Sahariano. El siguiente barco lo cogí yo solo, con base en Huelva, uno de los "Notas" del torero Chamaco, con el que, por cierto, me quedé en Durban embargado por impagos del propietario".

>>Oceánicos recuerdos. "La dureza de la vida en el mar acelera a muchos la muerte pero conmigo no ha podido. Y es que cuando yo empecé en barcos de madera, incluso en los primeros de hierro, no había condiciones de habitabilidad para las grandes mareas. Dormíamos amontonados, húmedos, sin apenas higiene... Comíamos pescado por la mañana, al mediodía y a la noche y el cuarto de baño estaba en el mar, por popa. Las condiciones de vida a bordo eran precarias, con interminables jornadas de trabajo aúnque hubiera mala mar, y estancias cada vez más largas, de tres o cuatro meses y más. Al principio racionábamos el agua, había quien bebía vino porque el agua dulce solo era para hacer la comida y lavarte. La ropa no se podía lavar a bordo así que, cuando se te acababan las mudas, y eso era pronto, repetías, salvo que fuéramos a tierra y buscáramos un apaño, un río para lavar, por ejemplo. De asistencia sanitaria, nada o casi nada al principio. La gente, al trabajar en cubierta todo el día con aquellas mangas de la ropa de agua, entonces de aceite, rígidas, se lastimaba mucho las muñecas. Se solucionaba con una tina de un líquido desinfectante. Si eran problemas de salud mayores o un accidente, había que llevarlo a tierra. ¡Cómo cambió todo eso después...!"

>> Dureza y disciplina. "La gente estaba acostumbrada a sufrir y veía como algo normal esa dureza de vida, al borde de la supervivencia del individuo. Los problemas con las tripulaciones empezaron a surgir en los 80, en que no había marineros y tenían barra libre a la hora de seleccionarlos. Nuestros marineros gallegos, hasta esos años, tenían las cosas muy claras. Había jerarquía en lasa embarcaciones, espacios sociales jerarquizados en puente, cubierta, cocina y máquinas. Había compañerismo pero también disciplina y temor. En la pesca de altura se aplicaba la ley militar. Luego empezaron a elegir con muchas tragaderas, hasta porreros ..."

>> La jubilación. "Cuando me embargaron el barco en Sudáfrica y pude volver a España me jubilé, tras haber pasado medio siglo en el mar. Soy viudo dos veces. Mi primera mujer murió a los 15 años de casarnos y ya jubilado me casé otra vez, viviendo una larga temporada en Vigo y después en Andorra, donde mi segunda esposa tenía dos hijos . Regresé a Galicia en 2004 y me fui a vivir con mis hijos a Gondomar, aunque en 2011 decidí pedir una plaza en un centro de tercera edad de la Xunta, porque no quiero ser una carga para nadie. Me hicieron un gran homenaje hace años y aquí estoy, manteniendo la alegría y la costumbre de echar una cantarela en las fiestas, cuando puedo. Ahora tengo 95 y sigo añorando el mar. Si un compañero me llamara para sustituirlo dos meses iría con los ojos cerrados, aunque sé que sería físicamente imposible. Pero hay gente que ama el mar y otra que lo ve como una solución de supervivencia. Yo soy de los primeros".

"Aquel golpe de mar me hizo despedirme de la vida"

"Tengo compañeros que llegaron a la jubilación con más de un naufragio en su haber pero yo tuve suerte, nunca me ocurrió nada trágico más allá de las cuitas propias de tripulaciones en alta mar. Una vez, viniendo de Groenlandia en el Álamo, a la altura de Cabo Farewell, tuvimos un golpe de mar por estribor que me hizo pensar: "Dios mío, esto se acabó." Llegamos a golpear el agua con el costado de babor y creí que dábamos la vuelta pero el barco reaccionó y volvió a la posición normal. Ahí pudieron acabar mis días",

"Nuestro día a día en un pesquero de los de mis comienzos estaba marcado por un ritmo extenuante, en ocasiones en condiciones climátcas extremadamente duras, al límite de la capacidad humana, entre fríos y vientos gélidos. La bravura del mar se sumaba a las horas y días de interminable elaboración del pescado en mareas de más de tres meses. Pero yo creo que, aunque la gente era más bruta, era más responsable o, al menos, tenía más capacidad para sufrir".