"No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, conferencias, etcétera. No abandono la Cruz, sigo de una manera nueva con el Señor Crucificado. Sigo a su servicio en el recinto de San Pedro". Benedicto XVI habló ayer con sencillez, calidez y hondura a los miles de fieles que acudieron a despedirle en su último acto público. Y los conmovió.

La Ciudad del Vaticano amaneció soleada. La cúpula se erguía orgullosa y resplandeciente bajo la atenta mirada de la multitud que se dio cita entre las columnatas de la plaza de San Pedro. Esta vez, para los amantes de interpretar los signos, no hubo rayo sino fulgor. Media hora antes todo estaba listo. Los altos cargos eclesiásticos y políticos llegados de todo el mundo ya estaban en sus asientos a ambos lados del lugar que ocuparía el Pontífice. En la plaza, entre la gente, las banderas y las pancartas, difícilmente cabía un alma más. A las diez y media, con precisión suiza, comenzaba Ratzinger su recorrido en el papamóvil. Iba de pie, y saludaba sonriente, lo que arrancó la ovación de los presentes.

"Es impresionante cómo ha conseguido reunir a toda esta gente en tan pocos días", asegura María Bedoya. "No hemos tenido tiempo de reaccionar. Seguramente, en otras condiciones hubieramos sido muchísimos más". Esta gaditana se vino con todas las mujeres de su familia: cuatro hijas, cuñadas, hermanas y sobrinas. Entre ellas, una embarazada de siete meses y medio. Doce en total. Ayer estaban en la plaza a las siete de la mañana, dispuestas a apoyar al Pontífice desde la primera fila. "Siempre logra emocionarme", repetía.

Emoción. Fue la palabra. Repetida, de boca en boca. Y es que la alocución del adiós estuvo cargada de sensibilidad, belleza y agradecimiento. Desde que el Santo Padre tomó asiento en lo alto de la escalera de la basílica, no dejó de dar las gracias. Lo hizo primero en italiano. Agradeció "todo el apoyo" recibido en estas semanas, y aseguró no haberse sentido solo "en ningún momento". Reconoció haber tomado la decisión después de sopesarla durante mucho tiempo. "Soy consciente de la novedad que supone, amar a la Iglesia es también tener la capacidad de tomar decisiones difíciles". La segunda lengua que usó fue su materno alemán, para continuar con el francés y el español. Sin olvidar el checo y el croata.

Joseph Ratzinger habló desde el corazón y desde la fe. Aseveró que, desde el momento en que se acepta ser Papa, la vida privada desaparece y se pertenece "totalmente a la Iglesia", y que seguirá sirviéndola con sus plegarias. "El Señor nos ha dado muchos días de sol y ligera brisa, días en los que la pesca fue abundante, pero también momentos en los que las aguas estuvieron muy agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir". Un padrenuestro en latín y una grandísima ovación pusieron el broche.

"Un acto muy sencillo". Así lo resumía Jon García, sacerdote de la diócesis de Toledo. "Ya cuando era cardenal Ratzinger era conocido por su humildad", contaba este español en la plaza de San Pedro. De origen vasco, vino expresamente a la audiencia y gracias a una autorización especial pudo disfrutar de ella muy cerca del Santo Padre. Destacó de sus palabras la referencia que hizo a la propiedad de la Iglesia: "No es mía, ni vuestra. Es de Dios". "Es humilde, y ha tomado una decisión realista".