“Ser reina nunca fue una cosa fácil, pero serlo de España aún fue más difícil, incluso penoso. La mayoría de nuestras soberanas sobrellevaron mucha amargura e infelicidad”. Por esa afirmación comenzó ayer la charla que la historiadora María José Rubio dio en el Club FARO sobre “Mujeres en el trono de España“, en la que hizo un recorrido por las 20 últimas representantes de la realeza femenina española, reinas de pleno derecho junto a reinas y princesas de Asturias consortes; desde María Luis Gabriela de Saboya, esposa de Felipe V, hasta la actual monarca, Doña Sofía.

Presentada por Luis Domínguez, profesor de Historia de la Universidad de Vigo, para ella tuvo precisamente, al final de la misma, palabras de reconocimiento: “Con enorme instinto sobre lo que la sociedad demanda en estos tiempos de una institución como la Corona -dijo-, Doña Sofía no sólo es hoy un puntal de la monarquía y su imagen sino que ha creado una nueva forma de ser reina. Contribuyó mucho a fortalecer la personalidad del Rey cuando era príncipe y a apoyarle en la difícil etapa que vivieron durante el franquismo, acosados por intrigas políticas”.

Pero antes de hacer su itinerario por la historia femenina de la monarquía española desde los Austrias, para reconocerles la parte de la historia que les corresponde y que a menudo le fue negado, Rubio hizo unas consideraciones sobre ese papel: “Ser reina puede parecer uno de los más altos honores que una mujer podía llegar a alcanzar, pero nunca tuvieron un camino de rosas. Investigando su vida se puede constatar las experiencias de infelicidad e infortunio de casi todas. Todo lo que en nuestras vidas son cuestiones privadas en las suyas se convierte en ‘cuestión de estado’, condicionadas a los intereses políticos de la nación. No son dueñas de su existencia sino esclavas de su rango” .

Rubio explicó que ellas contribuyeron a que la historia de sus reinos evolucionara en un sentido u otro aunque tal papel haya estado casi siempre en la sombra, guardando un discreto segundo plano en el ejercicio de sus funciones. “Algunas, en cambio -afirmó refiriéndose ya a las españolas- manejaron grandes dosis de poder, incluso entre bambalinas, ejerciendo un mando basado más en en el instinto que en la educación para ello”.

La maternidad, según la historiadora, prima en la institución monárquica porque su fortaleza reside en su estructura familiar, en la línea sucesoria. “Y es este principio hereditario -aseguró- el que refuerza el papel de la mujer como engranaje fundamental de la Corona. La reina, como madre del heredero, es pieza clave de la misma”.

Refiriéndose a la princesa de Asturias actual, Letizia Ortiz, dijo que de momento ha demostrado que la institución monárquica no se tambalea a pesar de haber transgredido sus viejos fundamentos de origen. “Mientras tanto -explicó- nos aporta una interesante incógnita: ¿será su primogénita, la Infanta Leonor, futura reina? ¿Cuándo darán las Cortes este histórico paso de cambiar la Constitución para igualar definitivamente a hombres y mujeres en la sucesión de la Corona?”.

En el recorrido puntual por nuestras reinas y princesas desde el XVIII, a cada una de las cuales dedicó unos apuntes, Rubio comenzó por María Luisa Gabriela de Saboya, esposa de Felipe V, quien en 1713 promulgaría la Ley Sálica que excluía a las mujeres del trono, fulminando la vieja tradición legislativa castellana. “La popularidad de María Luisa fue enorme -explicó- ya que, debido a los continuos desplazamientos de su marido al campo de batalla, debe asumir el cargo de Gobernadora del Reino. Ella intuye pronto que el asentamiento de Felipe V se deberá a la adhesión del pueblo y consiguió una popularidad enorme. A ella se debió en gran parte la consolidación de la dinastía Borbón en España”.

Luego vino Cristina de Brunswick, “eficaz en la administración de gobierno como su esposo”, el archiduque Carlos de Austria. Después, Isabel de Farnesio, “una de las grandes reinas de su tiempo”.

Instinto, don de gentes y no ser estériles

Según María José Rubio, una buena soberana debe dominar dos factores: uno, el institucional, demostrando prudencia, instinto político, sentido del deber y afán de servicio; el otro es el factor humano, un don de gentes y sensibilidad para las causas sociales. Y, en otro orden de cosas pero con carácter principal, no ser estériles.

En su femenino y real itinerario por los últimos tres siglos no se olvidó de estos aspectos al hablar de reinas y princesas. Y, si comenzó por Mª Luisa Gabriela de Saboya y siguió con Cristina de Brunswick e Isabel de Farnesio, “a la que se le debe la expansión y ramificación de los Borbones españoles”, continuó con Luisa Isabel de Orleans, “la reina más polémica y escandalosa que jamás ha ocupado el trono español”, casada con Luis I de España, que muere a los 8 meses de heredar el trono. Y ella es devuelta a Francia de malas maneras.

En la lista siguieron Bárbara de Braganza, fea pero inteligente, culta y prudente según la historiadora. Luego, María Amalia de Sajonia, casada con Carlos III y venida a España desde Nápoles, que deja viudo al soberano al año de convertirse en reina. Después, María Luisa de Parma, casada con Carlos IV, “nuestra reina más denostada en vida y muerte”, que tuvo como favorito amoroso a Godoy y acaba en el exilio mientras España se desangra en la Guerra de la Independencia contra los franceses. Viene como princesa de Asturias, Julia Bonaparte (casada con “el rey intruso”, José I Bonaparte, que nunca llegó a entrar en España. Con la vuelta de Fernando VII a España, se suceden las mujeres de sus cuatro matrimonios, entre ellas Isabel de Braganza, importante mecenas de la cultura, María Josefa Amalia, María Cristina de Nápoles...

Rubio llegó hasta la princesa Letizia de hoy, tras citar una veintena de ellas, “que se ha transformado en carácter y temperamento”