Suárez contempla el fenómeno de la emigración clandestina como si fuera la repetición de su propia historia aunque su destino no era Senegal sino Sudamérica, como los miles de canarios que en aquel entonces se veían obligados de huir la dictadura y la pobreza.

"Fue un viaje muy difícil que duró 18 días en vez de los siete previstos, debido a las tormentas y otros trastornos sufridos durante la travesía", rememora el que entonces era un adolescente, de apenas 14 años.

Las malas condiciones del viaje en del velero en el que iban 120 personas, más del doble de su capacidad, de 50 pasajeros, afectaron la salud de la abuela y obligó a la familia a quedarse más tiempo que lo previsto en la capital senegalesa.

Además, la embarcación sufrió graves averías obligando a los demás pasajeros a quedarse un mes en el puerto de Dakar esperando los arreglos necesarios para seguir el camino hacia Sudamérica.

El mal estado de salud de la abuela les obligó a permanecer unos meses: la madre y la hermana en el hospital, al lado de la enferma, y Eduardo en el puerto de Dakar.

Gracias a la ayuda de los empleados senegaleses del puerto de Dakar que le destinaban una parte de lo que cobraban diariamente, afirma haber podido sobrevivir durante todos los meses pasados en el puerto, recuerda Suárez.

"Los senegaleses nos han ayudado mucho a todos los pasajeros atrapados en el puerto, sin posibilidad de bajar pues las autoridades coloniales francesas no nos daban permiso para pasear por las calles", recuerda.

La experiencia vivida como adolescente europeo, descubriendo un mundo totalmente diferente, le ha permitido comprobar lo que considera como uno de los valores africanos más preciosos: la solidaridad.

Esta situación "muy humillante" terminó cuando, por fin, su familia, que había decidido renunciar al viaje hacia Sudamérica, pudo beneficiarse del estatuto de refugiados políticos concedido por las autoridades coloniales francesas.

A sus 73 años de edad y hoy día al frente de una de las empresas inmobiliarias más destacadas de Senegal, Suárez echa una mirada crítica sobre el fenómeno de la emigración ilegal.

"Además de la dictadura franquista, el éxodo de los miles de canarios que salían hacia Sudamérica tenía como motivo la pobreza y el hambre", opina este hijo del diputado comunista Eduardo Suaréz Morales, fusilado por Franco.

"Nosotros también éramos emigrantes", comenta Suárez, que ejerció entre 1949 y 1966 una treintena de oficios diferentes, como electricista o fontanero.

Las víctimas mortales causadas en la travesía y la operación de repatriación de miles de jóvenes entre 2006 y 2007 le causan una gran tristeza.

En opinión de Suárez, la mejor forma de acabar con la emigración clandestina consiste en crear las condiciones para que los jóvenes se queden en su propia tierra.

En vez de comprar a precio barato las materias primas de África para transformarlas en Europa, sería mejor montar las fábricas de transformación en África para ofrecer puestos de trabajo a los jóvenes africanos, afirma Suárez.

"No creo en absoluto que los contratos en origen, como la mayoría de contratos temporeros para mujeres en campos de fresas, sean una respuesta adecuada a la crisis actual", dice.

Tampoco ve en las medidas de seguridad tomadas en el marco del dispositivo Frontex de vigilancia de las aguas africana un freno a las llegadas masivas de clandestinos a Canarias.

"Me temo que el ritmo de las llegadas vaya creciendo en los próximos meses puesto que varios países africanos podrían sufrir situaciones de hambruna", sostiene Suárez en buen conocedor de los países de África occidental.

La crisis social agravará aun más los motivos de éxodo de las poblaciones, sostiene Suárez, que considera como una necesidad urgente "un gesto de los dirigentes europeos hacia el continente africano, que es una continuidad de Europa".

"Hay que dar a los africanos los medios adecuados para que se queden en África. El futuro de los africanos no está en Europa sino en África", son las palabras del empresario el número uno entre los pocos españoles registrados como residentes en Senegal.

Suárez cuenta que ha comprado por adelantado un terreno en el cementerio de Bel Air donde pretende descansar en paz y ha dejado claro en su testamento que, cuando muera, aunque sea en Canarias, sus restos sean enterrados en Dakar.

"Mi vida y mi muerte están aquí", puntualiza el canario que habla con soltura el wolof, el idioma más utilizado del país, además del francés que afirma dominar mejor que su lengua materna y en el que está redactando el libro "De Las Palmas a Dakar. Historia de un emigrante", un relato de un episodio de su vida real llena de peripecias.