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La verdad histórica, hasta en la ficción

A propósito de "El reino del norte" de J. J. Esparza

Sin el ejército que Ramiro logró en Galicia, no hubiera habido Reconquista. Si este rey asturiano pierde la batalla de Cornellana en el 840 España hubiera sido otra, el norte se habría islamizado y no habría conquista de América". Las anteriores afirmaciones las hizo el periodista José Javier Esparza en la presentación que de su novela "El reino del norte" hizo en el Club FARO DE VIGO y fueron así recogidas en la información que del acto hizo este diario.

Pero no se crea que al citado autor se le calentó la boca por encontrarse en tierras gallegas, pues semejantes declaraciones sostiene en otras presentaciones que de su libro va haciendo por diversos lugares. Rotundamente afirma que si Nepociano hubiera ganado en el enfrentamiento que sostuvo con Ramiro I, habría entregado el Reino de Asturias al islam y ahora España sería un país como otros del norte de África que fueron dominados por los musulmanes durante ese período crucial de la Edad Media.

El Reino de Asturias fue un tiempo histórico apasionante, lo que hace del mismo tema y materia muy propicios para la novela histórica, género literario que vive en España un notable auge en los últimos años. Tiempo de grandes gestas decisivas en el devenir hispánico, la historia de la monarquía asturiana no está libre tampoco de traiciones, ruindades, conspiraciones, enfrentamientos y hasta episodios pasionales.

No es mucha la documentación auténtica que se ha conservado de los dos siglos del Reino de Asturias. Básicamente tres crónicas bastante escuetas, conocidas como "Crónicas asturianas de la Reconquista", alrededor de un centenar de diplomas libres de toda tacha y varias inscripciones, además de poco más de una docena de edificios de la época. A ello hay que sumar una importante serie de historias y anales de procedencia árabe que complementan y confirman las fuentes cristianas. Con ese material se ha podido ir perfilando lo ocurrido a lo largo de esas dos centurias apasionantes, desde el año 718 en que Pelayo fue nombrado príncipe por los astures y derrotó poco después, por primera vez, a los musulmanes, hasta 910, en cuyo mes de diciembre murió Alfonso III. Sus hijos trasladaron el solio real a León, pues el Reino ya se había extendido ampliamente al sur de la cordillera Cantábrica, hasta la frontera del Duero, y Asturias resultaba un tanto excéntrica.

Uno de los varios episodios cruciales vividos por el Reino de Asturias fue el del enfrentamiento producido a la muerte de Alfonso II, ocurrida el 20 de marzo de 842, entre Nepociano, su legítimo sucesor, y Ramiro I, descendiente de la rama cántabra que se unió a la asturiana en el comienzo del Reino de Asturias. Fue un momento trascendental, en el que el Reino asturiano se vio envuelto en una auténtica guerra civil, como califica este episodio una de las crónicas, la "Albeldense", terminada de escribir en el año 883. De esa contienda fratricida resultó vencedor Ramiro I, con el que definitivamente se asentó en el trono astur la rama dinástica descendiente del duque Pedro de Cantabria y de su hijo Fruela, hermano de Alfonso I, que se había vinculado al primigenio Reino de Asturias al casarse con una hija del rey Pelayo, lo que propició que sucediera en el trono a su cuñado Favila tras la muerte de éste entre las garras de un oso.

Del Reino de Asturias decía Ramón Menéndez Pidal que sus historias eran como fuente seca en verano, que gotea para exasperar más nuestra sed. En este sentido, son varias las cuestiones que las crónicas enuncian y dejan con la intriga, sin saber qué querían decir con tal o cual frase. La novela histórica tiene la posibilidad de llenar, con imaginación, esos huecos enormes que la documentación histórica deja sobre épocas pasadas. Pero imaginar lo que pudo haber pasado, con alguna licencia en cuanto a la creación de personajes y hasta circunstancias, no es lo mismo que falsear y tergiversar la historia, que es lo que hace José Javier Esparza en su novela "El reino del norte", que toma como hilo argumental la disputa del trono entre Nepociano y Ramiro I.

Las crónicas del Reino de Asturias se escribieron en su mayor parte en tiempos y a instancias de Alfonso III, nieto de Ramiro I, y en su visión está claramente sesgada hacia la rama cántabra. Pero ni en ellas se dice que Alfonso II hubiera designado como heredero a Ramiro I, como sostiene Esparza, sino que fue elegido, aunque no dicen por quien. Otras fuentes históricas permiten razonablemente suponer que Alfonso II no tenía a Ramiro I entre sus cercanos, sino a su "cognatus" (expresión latina que no debe traducirse como "cuñado", sino como "pariente") Nepociano, que era el que estaba en Oviedo junto a él en la hora de su muerte. Este Nepociano, seguramente emparentado con Alfonso II a través de su madre Munina, alavesa, ocupaba el cargo de conde de palacio, que era el más relevante en la corte del reino astur en aquellos tiempos.

Cuando muere Alfonso II, el futuro Ramiro I se encontraba lejos de Oviedo, en tierras de Vardulia (lo que luego será Castilla), dicen las Crónicas, buscando esposa, porque trataba de esa manera de reunir aliados para enfrentarse con Nepociano, pues sabía que éste era el legítimo heredero de Alfonso II. Hay algún documento, incluso, de que Ramiro I conspiró contra Alfonso II en vida de éste. Los conflictos entre las dos ramas familiares, la que descendía de Pelayo y la que procedía de Pedro de Cantabria, fueron constantes en la historia astur hasta este conflicto final entre Nepociano y Ramiro I, que no acabó con la derrota del primero en Cornellana, sino que se prolongó durante casi todo su reinado.

Falta Esparza a la verdad histórica y tergiversa, no sé con qué oscuras intenciones, cuando sostiene que los seguidores de Nepociano -astures y vascones, según señalan las crónicas-, eran una facción nobiliaria que pretendía pactar con los musulmanes para conservar su poder. Se atreve incluso a decir que el Reino de Asturias había una gente que estaba dispuesta a morir antes que renunciar a su religión y otra dispuesta a renunciar a su religión con tal de mantener su poder. Nunca se dio esa disyuntiva desde que Pelayo y los astures expulsaron de sus tierras a los dominadores árabes, y ningún texto histórico permite sostener lo contrario.

Las crónicas dicen que Silo tuvo paz con los árabes y la "Albeldense" apostilla que "a causa de su madre". Pero tal afirmación no se puede interpretar en el sentido de que haya querido pactar con ellos a cambio de conservar el poder. La tranquilidad bélica que parece registrarse en esos momentos es debida a las dificultades internas que agitaban ambos reinos. El futuro Alfonso II, a quien Esparza, como no podía ser menos, ensalza por su firme lucha contra los musulmanes, gobernaba precisamente el "palacio" durante el reinado de Silo, que accedió al trono por su matrimonio con Adosinda, legítima heredera, hermana de Fruela I y tía de Alfonso II.

Dice Esparza en sus presentaciones que con su novela el intenta rellenar "con imaginación los huecos que nos deja la Historia". Pero esos huecos, afirmamos nosotros, no se pueden colmar con mentiras e invenciones infundadas. El gran historiador de la antigüedad romana, Ronald Syme, criticó duramente la gran novela de Margarite Youcernar, "Memorias de Adriano", porque su autora se basó para documentarse en la falsa "Vita Hadriani", incluida en "Historia Augusta". Afirmaba el historiador inglés que "la historia debe ser tan convincente como la ficción" y se puede dar la vuelta a la frase y señalar que "la ficción debe ser tan convincente como la historia". Nada de eso encontrará el lector en "El reino del norte" de José Javier Esparza.

*Historiador

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