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Los supervivientes de los videoclubes

En Pontevedra solo hay dos negocios abiertos de los más de veinte que llegaron a existir y, aunque sus dueños reconocen que todo ha cambiado, mantienen aún una clientela fiel

Félix Yáñez en el videoclub San José. // Rafa Vázquez

En 2020, cuando quienes no llegaron a conocer las cintas en VHS ya casi alcanzan la mayoría de edad, cuando las plataformas digitales bombardean series nuevas cada semana, los videoclubes siguen resistiendo. La ciudad de Pontevedra llegó a acoger a más de una veintena de estos locales y ahora solo quedan dos, pero está claro que siguen en pie porque el negocio es rentable, aunque admiten que han tenido que adaptarse a los tiempos y que no saben cuánto más durará su actividad.

Con 33 años a sus espaldas Félix Yáñez abre cada día el videoclub San José en el que llegó a tener a cinco trabajadores a su cargo. "El negocio bajó mucho, hay mucha competencia y mucha ilegalidad, muchas bajadas gratuitas que todo el mundo piensa que son legales porque está muy aceptado en la sociedad, pero que son un robo y un delito. Por suerte siguen habiendo muchas personas que vienen al videoclub, no es lo de antes, pero si eres profesional la gente sigue viniendo", resume Félix desde el mostrador del establecimiento.

"Ha cambiado el negocio porque ha cambiado la sociedad y ha evolucionado. Ha cambiado la forma de ver cine. Te tienes que adaptar, no se hace uso del videoclub ahora porque la gente se ha acomodado y se conforma con ver la cartelera de las plataformas que hay, que no te dan las opciones que tienes aquí, que son más de 16.000 títulos", reflexiona Isabel Martínez de Max Vídeo Digital, que abrió sus puertas en 2001.

Adaptarse o morir

Ambos reconocen que los tiempos han cambiado y por ello ahora alquilan series por temporadas, venden dulces o chucherías y son puntos de recogida de paquetes. Además, ofrecen bonos que abaratan las cintas, cuyo precio ronda desde un euro hasta cinco, dependiendo se si se trata de una película o serie y el tiempo que se alquile.

Desde que comenzaron en el negocio han tenido que luchar contra el auge de internet y las descargas ilegales y contra las plataformas digitales. "La gente recomienda una serie de Netflix. Nadie va a recomendar en su Twitter una película de mi videoclub. ¿Pero si quieres las series de Hictchcock o El Padrino dónde lo ves?", desarrolla Isabel contra las nuevas tecnologías. Para ella actualmente es más complicado luchar contra las plataformas que contra las descargas porque estas últimas requieren de un mínimo esfuerzo mientras que las plataforma son cómodas y baratas. Además ataca el contenido que estas ofrecen: "Venden títulos como si fueran extraordinarios y son normales. Rififí, por ejemplo es un clásico de los años cincuenta en el que estás una media hora sin sonido y no te das ni cuenta porque estás enganchado, eso hoy en día no se da".

En su opinión el problema es que el videoclub solo es cómodo para la gente de las calles cercanas al local, por lo que la clientela es limitada: "Todo tiene un fin, creo que esto en su momento fue un negocio extraordinario y gané muchísimo dinero, pero no hay negocio que dure 100 años". En este sentido, Félix es más esperanzador y cree que los videoclubes pueden resurgir como en Alemania o Francia.

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