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Silencios que fueron gritos

Un acto institucional rinde homenaje a las mujeres represaliadas: asesinadas, violadas...

Una imagen del homenaje institucional, que tuvo lugar en el Teatro Principal. // Rafa Vázquez

Isolina Villaverde creyó enloquecer tras aparecer el cadáver mutilado de su marido en agosto de 1936; jamás pronunció una palabra sobre el asesinato (un silencio tan brutal como el de su suegra, que se cuenta que no quiso salir a ver a su hijo cuando se lo llevaron) pero cada tarde "apoyaba en la puerta del camposanto el sacho con el que descargaba la rabia en la tierra y entraba a hablar con su hombre, sepultado en una tumba sin lápida". No volvió a pisar la iglesia, ni en la boda de sus hijos, ese suelo en el que no dejaron entrar el cuerpo de su Aurelio tampoco lo pisaría ella.

Lo cuenta Montse Fajardo, una de las participantes, ayer, en el homenaje institucional a las mujeres que sufrieron represión franquista. Este acto, fruto de un acuerdo de la Corporación, se dedicó a la memoria de las asesinadas, las que sufrieron violaciones, el rapado del cabello, castigos económicos, obligadas a beber aceite de ricino...

Sus familiares hablaban ayer de cientos de riesgos: del siniestro cuartel de la Guardia Cívica en la calle Benito Corbal donde raparon a muchas pontevedresas, de las torturas, el humillante tatuaje en la frente de Estella Portela por su noviazgo con un perseguido, las maestras retiradas de sus puestos, las multas que arruinaron a la familia...

Con las víctimas, el homenaje quiso traer a la memoria a las que ocultaron a los perseguidos, las que protagonizaron escenas de solidaridad, las que trabajaron día y noche para sacar adelante a sus hijos... Se recordó el nombre de casi un centenar de mujeres que han sido documentadas por el programa A memoria das mulleres.

María do Carme Lores, nieta de Isolina Villaverde y de Aurelio Torres, asesinado en agosto de 1936, y el alcalde de Pontevedra, Miguel Fernández Lores, también intervinieron en el acto, que se completó con la proyección de un vídeo con imágenes de mujeres represaliadas y se repartió una publicación.

En ella se cuenta como el cura amenazó a Balbina Vilán cuando se quedó viuda: "Si la vuelvo a ver llorar, la denuncio". Ella aprendió a sollozar en silencio, explica Monste Fajardo, que realizó docenas de entrevistas a las familias represaliadas, "pero para que la historia de Manuel Fraga Fentanes no se perdiera le hizo un poema que memorizó y le enseñó a sus hijas y nietas". El silencio también puede ser el grito más desgarrador.

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