El crimen que acabó con la vida de Martin Verfondern en enero de 2010 en Santoalla, la aldea de Petín (Ourense) que en 1997 cautivó al matrimonio que el holandés formaba con su mujer Margo Pool, su hogar en la naturaleza tras atravesar media Europa, se juzga desde el lunes ante un tribunal del jurado. La Audiencia Provincial ha reservado fechas hasta el 25 de junio, por si fuera necesario. La vista arrancará el día en que se cumplen cuatro años del hallazgo por casualidad del cadáver, tras otros cuatro y medio de una muerte violenta que permaneció en secreto, oculta por los autores entre la inmensidad de la montaña valdeorresa. Los dos hermanos de la otra familia de la aldea, enfrentada a la del holandés, están acusados por el crimen.

El fiscal, Miguel Ruiz, no descarta que existiera un posible pacto entre ellos para acabar con la vida del holandés. Quien presuntamente apretó el gatillo de la escopeta fue Juan Carlos R. G., que permanece en prisión preventiva desde que la Policía Judicial de la Guardia Civil le arrancó una confesión a finales de 2014. El jurado tendrá que dilucidar hasta qué punto estuvo implicado en el suceso el hermano, Julio R. G., quien fue puesto en libertad provisional con la prohibición de regresar a la aldea -en el cementerio reposan los restos de Martin, en una tumba modesta-, donde ya solo reside la otra víctima, la viuda Margo Pool.

Juan Carlos, que padece una discapacidad intelectual leve según los forenses -la defensa aduce que su cliente se inventó la confesión debido a su "mente infantil" -reconoció ante los investigadores que había disparado por miedo a ser atropellado tras afear al holandés que condujera "como un tolo". El cambio de versión del sospechoso se produjo 5 meses después, en mayo de 2015. Juan Carlos negó haber matado al holandés e incluso que se hubiera encontrado con él. Su hermano Julio es el presunto encubridor, un hecho que por sí solo no le acarrearía castigo, ya que la ley exime a los familiares que ocultan los delitos de un pariente.

El jurado, cuyos miembros titulares y suplentes serán elegidos al inicio de la sesión, justo antes de que comience el juicio con el interrogatorio a los acusados, determinará en base a los testimonios y pruebas periciales -habrá más de una veintena de declaraciones- si Juan Carlos actuó por propia iniciativa contando con el apoyo de su hermano Julio para deshacerse del cuerpo, o si fue el propio Julio quien ideó el plan y ambos, de mutuo acuerdo, pactaron acabar con la vida de Martin.

El fiscal mantiene como tesis principal la primera. Solicita 17 años de prisión para Juan Carlos por delito de asesinato. Para Julio, acusado del incubrimiento, el fiscal pediría la aplicación del artículo 454 que le eximiría de responsabilidad por ser familiar. Pero si en el devenir del juicio la prueba acreditara que el asesinato fue pactado entre los dos hermanos y que los dos, por lo tanto, son coautores, el fiscal propondrá que Julio sea condenado también a 18 años de cárcel. Más incluso que su hermano porque la rebaja para Juan Carlos se debería a la atenuante por discapacidad. El fiscal quiere que, si el jurado los declara culpables, ninguno pueda residir en Santoalla ni aproximarse a una distancia de 300 metros ni comunicarse con la viuda de la víctima durante 25 años.

El magistrado presidente del jurado de este caso, Antonio Piña -es su primer tribunal popular-, ha autorizado la petición de las partes para que los miembros del jurado popular -9 titulares y 2 suplentes- acudan a Santoalla para conocer allí, ante la sobrecogedora naturaleza del lugar, cómo es la pequeña aldea encastrada entre montañas cuyo único acceso es una pista angosta sin asfaltar. En cambio, rechazó la admisión como prueba del documental del mismo nombre de la aldea con el que, gracias a la producción de Cristina de la Torre, los estadounidenses Andrew Becker y Daniel Mehrer (un hermano de este último llegó a Santoalla justo el día en que desapareció Martin), relatan en 82 minutos -hubo más de 100 horas de grabación previa al montaje- hasta dónde puede llegar un odio absurdo que enfrentó a la Galicia más profunda con un modo de vida hippie e idealista.

Martin, que tenía 52 años, desapareció sin dejar rastro en enero de 2010. Se hicieron numerosas batidas por los alrededores de Santoalla, incluida una búsqueda con georradar, pero la caprichosa orografía de la montaña valdeorresa se tragó el secreto durante 4 años y medio. El 18 de junio de 2014, un destello destapó el crimen oculto. Un helicóptero de la Guardia Civil que acudía a un incendio forestal vio un reflejo y sospechó. Era el Chevrolet Blazer de la víctima disimulado entre unos pinos. Los huesos de Martin aparecieron a 95 metros, en un paraje del municipio de A Veiga, a 18,5 kilómetros de Santoalla. El coche estaba sin matrícula y semicalcinado, quizá porque la nieve de enero dificultó la combustión completo. La inspección ocular y del forense confirmaron que la desaparición del holandés no había sido un misterio, sino un crimen, como la viuda había temido siempre.

El equipo de delitos contra las personas en Ourense de la Policía Judicial de la Guardia Civil hizo un trabajo minucioso y denodado. Recogieron unas 400 entrevistas, tantas como la mitad de la población de Petín. Simularon cómo sería el viaje a través de la montaña de los criminales. Y pusieron el foco en los hermanos por el odio enquistado de su familia con el holandés tras un detonante clave: el pleito por los derechos de propiedad del monte vecinal, de unas 400 hectáreas, que circunda el pueblo. El 4 de diciembre de 2009, una sentencia firme obligó a considerar a Martin un comunero más a todos los efectos. Al mes siguiente desapareció.

El odio y el rencor degeneraron en un homicidio que hizo trizas el idilio del holandés con Santoalla. Fue un problema de marcos en el paraíso. La idílica aldea -estampa de la película Sempre Xonxa de Chano Piñeiro- cautivó en 1997 a Martin Verfondern y a su mujer Margo Pool en su huida del bullicio de los alrededores de Amsterdam, la capital de Holanda. Buscaban "aire puro", agua cristalina y un lugar tranquilo para cuidar a los animales y cultivar la huerta.

"Martin empezó a temer por su vida ante las múltiples amenazas de la familia vecina", sostiene el fiscal Ruiz, "llegando incluso a comenzar los trámites para contratar un seguro de vida". Por ese temor se movía por la aldea con una cámara de vídeo para grabar los encuentros con sus vecinos. El 19 de enero de 2010, fue asesinado. El fiscal sostiene que Juan Carlos R.G., aprovechó que la viuda Margo Pool se encontraba en Holanda cuidando de un familiar para cometer el crimen. Presuntamente lo esperó a la entrada del pueblo, forzó la detención del Chevrolet Blazer y le disparó. Julio apareció presuntamente en el tractor y le ayudó a deshacerse del cadáver. Ocho años y medio después se hará justicia.