El olor a humo y a carne chamuscada golpeaba la pituitaria nada más llegar a Rodeira, donde la juventud había plantado ya temprano sus enseres. A las 21.30 ya el fuego purificador ya se había encendido en algunas hogueras de la playa canguesa. A esa hora algunas gaviotas suicidas trataban de atrapar la carne que se hacía en las brasas de una parrilla. Lo hacía con inusitado descaro y asombro del personal de tierra. Jóvenes con leña, de la buena, de la que está permitida, llegaban a la playa en pandillas. Unos traían el fuego, otros las pizzas y otros "cargaban" con la música. Rodeira, era sobre todo, una playa familiar, donde a las 22.00 horas los niños se acercaban a las pequeñas hogueras para cumplir la tradición de saltarlas para echar a las meigas. Por cierto, que en esas hogueras de troncos perfectos se quemaban exámenes de fin de curso. El propósito era el mismo. Arrojar el mal fario. Había familias que acudía con sus hijos y en la hoguera quemaban un muñeco para el agasajo de los pequeños.

A lotes y un carro llegó a Rodeira una embarcación de madera completamente desguazada. Llamaba la atención el tamaño de la hoguera que se proponía. Tardó en empezar a arder porque el trasiego fue grande.

Lo que se constató un año más es que la juventud es bastante cumplidora con las normas, que no lo son tanto los adultos, que arrojan al fuego maderas con barnices y con clavos.