Una procesión de vehículos rindió ayer homenaje a San Cristóbal en la festividad del patrón de los automovilistas, una cita ineludible con la tradición que tuvo una importante respuesta en Moaña, mientras que en Cangas la afluencia de coches fue menor de la esperada.

El camión de Protección Civil de Moaña abría la marcha en este municipio, anunciando visualmente una comitiva que ya se hacía notar desde mucho antes con el intenso y constante sonido de cláxones. La imagen del santo aparecía después en una camioneta mientras el resto de coches, engalanados para la ocasión, aguardaba el momento de recibir la bendición del párroco moañés. Sin prisa pero sin pausa iba cobrando forma una serpiente multicolor de vehículos, mayoritariamente contemporáneos, aunque con espacio para la presencia de algunos coches ya clásicos, como el 600 o el 850, y otros más llamativos como algún descapotable o incluso una moto de tres ruedas que llamó la atención allá por donde pasaba. Prácticamente todos ellos sin excepción lucían o bien las tradicionales ramitas o globos de colores.

Con todo listo y tras haber pasado por la purificación del agua bendita, la procesión sobre ruedas emprendió la marcha hacia la rotonda de O Lestón y a continuación ir hacia Domaio antes de regresar a Moaña. Una vez en la zona de A Xunqueira, la comitiva emprendió viaje hacia Berducedo y por la carretera de Marín para llegar hasta la Porta do Cego, desde donde se tomó el vial de Coiro antes de regresar nuevamente a Moaña por la calle Ramón Cabanillas

Menor afluencia en Cangas

En Cangas, la celebración no fue tan multitudinaria como antaño, y algunos vecinos y visitantes incluso se mostraron despistados al contemplar la hilera de coches engalanados cos globos y flores en la Praza da Constitución y frente al mercado de abastos. "A que ven semellante pitada?", preguntaba una señora mientras cruzaba la Alameda Vella y se detenía a contemplar la escena. "Muller, porque é o día de San Cristóbal e aínda hai quen o celebra", le aclaraba otra vecina mientras reparaba en la presencia del cura Severo Lobato, que, megáfono en mano, se retiraba en oración tras esparcir agua bendita, un acto simbólico que el párroco comparó con el bautismo.