Ángel Bermúdez de Cangas, volvió ayer a bailar en el parque de A Palma. De joven acudía a la cita de todos los domingos en este conocido recinto, que era privado, con local interior y zona exterior, que es la que ahora ha vuelto a utilizarse. Y cuando no tenía las 5 pesetas para la entrada, como otros muchos de su quinta, bailaba en la acera aprovechando la música que salía para afuera. "¡Cantas veces viño a Garda Civil, chamada polo dono do local, para votarnos fóra!". Ayer y después de que ya el año pasado el anterior gobierno del PP de Cangas inaugurara este recinto para los bailes para mayores, el tripartito lo ha vuelto a abrir con el primer "Domingos na Palma" que se celebrarán a lo largo del verano, de 6 a 10 de la noche, salvo cuando coincida en agosto con la Xuntanza dos Maiores en Montecarrasco.

La orquesta del trío Bahía, del moañés José Costas, que es además quien se encarga de la programación musical de estos bailes, fue la responsable de marcar el ritmo. Lo hizo con música salsa, sin faltar el "Baila Carmiña", pasodobles y algún valls.

¡Estábamos esperando que abrieran!, exclama Luisa Pérez, otra de las asistentes de ayer al baile, que reunió a unas 200 personas: "Hay que mover las caderas, si no se te estropean". Aquellas jóvenes de entonces, que pagaban 2,50 pesetas de entrada, volvieron a acicalarse y a lucir sus mejores prendas para el baile de ayer. Sentadas en los bancos que rodean el recinto vallado y bajo la sombra de los tres grandes árboles de A Palma -uno de ellos la palmera que le da nombre- charlaban en un descanso de la orquesta y aprovechaban para acercarse a la cantina, ubicada en una pequeña esquina.

Bebidas y refrescos a 1,20 euros y agua a 0,60. No se admite alcohol, sólo algo de cerveza en esta cantina de la que se encarga la Asociación de Jubilados Santiago de Cangas. Su presidente Juan Santos también era asiduo de A Palma, de sus bailes de invierno en el interior del local, hoy ocupado por una empresa de distribución, y los de verano en este patio, cambiado desde entonces por los edificios que le rodean y el cemento que cubre la tierra sobre la que antes de bailaba. "Veníamos cuando nos dejaban, aún con los calcetines", recuerda Luisa Pérez, sin parar de bailar.