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Casados y hermanados entre fogones

Amelia y Chelmita Vales González y sus maridos, Higinio y Mario González Carrón, regentan desde 1982 el restaurante La Estación de la parroquia lalinense de Botos

Mario, Chelmita, Amelia e Higinio, ayer, en el comedor del restaurante La Estación. // Bernabé/Luismy

Amelia Vales Gómez recibe a sus clientes del Restaurante La Estación, en la parroquia lalinense de Botos, con una sonrisa y una cordial más propia de una madre que de una mujer que lleva desde 1982 sirviendo una comida casera de calidad. Ella es la encargada de narrar la historia de estos dos matrimonios de hermanos que han hecho de Botos una parada obligada para nativos y visitantes de la comarca dezana. "Mi hermana Chelmita y Mario se casaron en 1965 después de siete años de noviazgo y de conocerse en una fiesta", recuerda una Amelia a la que el hermano de Mario, Higinio, le prometió casarse con ella cuando volviera de Venezuela, a donde emigró en 1957. Cumplida la promesa, los dos matrimonios iniciaron una aventura en común que pervive hoy en día, y en la que también están implicados sus hijos y varios hijos políticos.

"Mario era taxista y cartero, y entonces la gente no dejaba de preguntar dónde se podía tomar un café, comer o dormir cuando bajaban del tren", recuerda Amelia sin perder de vista a una clientela que despide personalmente tras haber comido en su restaurante. La insistencia de los viajeros que se apeaban en Botos hizo que los dos matrimonios se plantearan ofrecer un servicio demandado por todos ellos. El Restaurante La Estación abrió sus puertas en el mundialista año de 1982, una buena época, según indica Amelia Vales. "En los 80 aquí paraba muchísima gente de los que habían emigrado a Francia o Alemania, procedentes de todas partes de Galicia", explica Amelia. Los trenes que partían de Irún o Hendaya a tierras gallegas o el popular expreso de las seis de la mañana con destino Madrid fueron algunos de los convoyes que nutrieron el comedor y, también, las habitaciones de La Estación en los mejores años del establecimiento desde el punto de vista comercial. "Entonces se trabajaba más de bar que de restaurante", asegura Amelia Vales, debido a que la aparición de los viajeros tenía hora de entrada y de salida para todos los que tenían a Botos como parada obligada.

Sin embargo, la época de "bonanza ferroviaria" finalizó hace un par de décadas, cuando el trajín de los trenes enmudeció en la estación de Botos. A pesar de todo, el restaurante de los dos matrimonios de hermanos dezanos no ha perdido ni un ápice de vigencia. "Ahora se trabaja mucho con los cocidos, sobre todo en el invierno", indica Amelia sin perder de vista el trajín de la barra donde varios parientes no paran de servir cafés a grupos de hombres con ganas de jugar una partida de cartas en la terraza del local.

La enorme cantidad de trabajo de La Estación ha provocado que, además de los familiares de los dos matrimonios propietarios del local, se haya tenido que contratar a tres empleados para reforzar la plantilla. De todas formas, la continuidad del negocio en la familia parece garantizada por uno de los nietos de Amelia. "Mi nieto Alberto lleva dos años estudiando en la escuela de hostelería y parece que le gusta la cocina", apunta. La orgullosa abuela recuerda como ya de pequeño su nieto le pedía estar en la cocina con ella para aprender algunos de sus secretos culinarios, algo que ahora ya puede llevar a la práctica. Amelia valora en su medida la vocación de su nieto porque "este es un trabajo muy atado, y los jóvenes quieren tener los sábados y los domingos libres, que son cuando más se trabaja en este tipo de negocios". Parece que sólo será cuestión de tiempo que Alberto González pudiera aceptar el reto de continuar manteniendo viva la llama de uno de los locales más emblemáticos de la hostelería de Deza.

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