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Ana Castro | Aparejadora de la Fundación Catedral de Santiago

“Tengo bastante mano izquierda y también derecha... Hay que tener mal carácter a veces”

La arquitecta técnica recogió ayer el primer premio a Actuaciones en Ciudades Patrimonio de de la Humanidad del CGATE

La aparejadora Ana Castro, en la obra de la catedral de Santiago.

La aparejadora de la Fundación Catedral de Santiago, Ana Castro, recoge este fin de semana en Toledo el primer premio a Actuaciones en Ciudades Patrimonio de la Humanidad, que otorga el Colegio Oficial de la Arquitectura Técnica de España (CGATE). Ha sido, reconoce, una sorpresa. “Sobre todo eso, una sorpresa”, explica, “porque nunca me presenté a ningún premio, y es un reconocimiento a nivel nacional que no esperaba, realmente”.

–¿Cómo es su trabajo en la catedral de Santiago?

–Soy la aparejadora de distintas obras que se fueron realizando desde el año 2013 hasta ahora. Se hizo un plan director con distintos proyectos para la catedral y según cada arquitecto y el plan director te va tocando una zona. Entonces mi trabajo es el día a día de la obra, comprobar la ejecución, comprobar las mediciones, ver cómo se está haciendo y que se haga bien. Y siempre que sea bajo el amparo del proyecto y del plan director.

–Deduzco que le hace falta mucha mano izquierda…

–Como yo llevo muchos años, empecé desde el principio, pues tengo bastante mano tanto izquierda como también derecha (sonríe) porque en una obra tienes que lidiar con mucha gente. No solo hay que tener buen carácter, malo también hay que tenerlo a veces.

No es fácil encontrar una mujer, como me ha tocado a mi, que tenga que dar órdenes, a profesionales y a hombres, a veces rudos, porque la construcción no es un trabajo muy delicado

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–¿Cómo es una obra de tal complejidad, a punto de cumplir 10 años?

–Muy compleja, primero debido a que la implantación de las obras suele ser definitoria. Imagine, llegar hasta la cúpula de la catedral en la fachada precisa de unos medios auxiliares que ya para la implantación hay que hacer un proyecto específico. Después está el esfuerzo físico para trabajar en la obra. Al principio teníamos un ascensor montacargas que valía para material y personas, pero te llevaba como hasta la mitad, a la altura de las cubiertas, desde ahí hasta arriba tenías que subir niveles de andamio. Y después ir verificando, ya que hay unos protocolos que fuimos implantando en la práctica y que dividen casi la obra por niveles de andamio. De modo que revisabas el nivel, todas las patologías, porque hasta que estas allí con el andamio y lo ves al ladito lo tienes complicado para ver las patologías. Y después está toda la parte de visitas de obra, coordinación con la contrata principal, con las subcontratas, los asesores, porque necesitas arqueólogos, restauradores etc…

–Asegura que su trabajo es muy satisfactorio…

–Es un trabajo muy bonito y de mucho esfuerzo porque casi día a día estás rodeada de profesionales que te pueden orientar y ayudan. Si tu tienes un problema o una duda que te surge, porque en estas obras los problemas no son tipo, los habituales, te los encuentras ahí, son extraordinarios y constantes. Las obras de restauración en sí son complejas, y la de la catedral mucho más. Y es que estás haciendo una obra que dura 15 años y que a su vez está dentro de otras diez obras más, de modo que las decisiones que tomas no afectan a una sola sino que repercuten en otra. Es lo bueno, pero al tiempo es una forma de trabajo compleja y de mucho esfuerzo. Y después está la parte económica, de certificación, que quienes la comprobamos somos los aparejadores, es una parte importante que tenemos que controlar.

Las obras de restauración en sí son complejas, y la de la catedral mucho más. Y es que estás haciendo una obra que dura 15 años y que a su vez está dentro de otras diez obras más

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–Imagino que cuando empezó una mujer era una excepción en la obra ¿ha cambiado este escenario?

–(sonríe) El escenario cambia pero muy poco a poco. Acabo de hacer 25 años de profesión y siempre me gustó el trabajo a pie de obra. Cuando estudiaba iba a las obras y me preguntaban si era periodista, porque iba con mi cámara de fotos y preguntaba con aquella cara de niña, imagino. Ahora es más normal ver a mujeres en la obra, pero aún así son muy pocas. Y además las que hay están frecuentemente en la sombra, son casi como ayudantes. No es fácil encontrar una mujer, como me ha tocado a mi, que tenga que dar órdenes, a profesionales y a hombres, a veces rudos, porque la construcción no es un trabajo muy delicado. Por suerte tenemos nuestra ironía gallega (risas), que en eso ayuda mucho. Por la catedral, en una obra de tantos años, han pasado mujeres para trabajos como la restauración, pero en la construcción estrictamente hay muchas menos. Pero las compañeras que ha tenido todas muy bien. Yo sé que tengo un poquito de carácter (sonríe) y a ellas, que muchas son jóvenes, les digo: tenéis que salir, que plastificaros, nada de “es que me dicen”, “es que me dicen”; tu sabes lo que eres y qué puesto ocupas. Y la verdad es que todas, todas las que me he encontrado, fue un gusto trabajar con ellas.

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