Una especie de maldición, bien divina o bien diabólica, recayó sobre la Huerta del Cura desde entonces y hoy continúa en expectativa de destino, a la espera de un tiempo mejor que ponga fin a su degradada situación.

Como arquitecto de la Comisión Provincial del Patrimonio Histórico-Artístico, realizó Enrique Barreiro Álvarez un concienzudo estudio para darle un buen uso al lugar; propuesta que nunca elevó a proyecto ni remitió a Madrid, cuando comprendió que no contaba con el respaldo necesario.

En síntesis, Barreiro planteó la ubicación en su interior de una plaza pública de inspiración veneciana, perímetro asoportalado y tamaño aproximado a la actual plaza de la Estrella, con una alineación regular de las traseras de las distintas edificaciones que conformaban la manzana urbana. Todas ganarían algo, ninguna perdería superficie con el alineamiento diseñado y la plaza contaría con dos entradas peatonales por las calles Don Filiberto y Alhóndiga. Esta habría sido, sin duda, una buena solución.

Durante el medio siglo transcurrido, todos y cada uno de los proyectos barajados para la Huerta del Cura se saldaron con sonoros fracasos; sobre todo, las distintas propuestas que insistieron en la construcción del parking barajado en un primer momento por Pin Malvar. Los técnicos del Ayuntamiento y Patrimonio siempre pusieron reparos insalvables en cuanto a las entradas y salidas de los vehículos. Y el último proyecto de instalación de un bar-tapería en su parte extrema de Don Filiberto, frente a la cafetería del Liceo Casino, con la obra de rehabilitación autorizada y ya iniciada, corrió la misma suerte. Desde el año pasado se encuentra parada y abandonada a su triste suerte.