El Méndez Núñez fue el café más longevo de esta ciudad, puesto que vivió 101 años, desde su apertura en 1890 hasta su cierre en 1991. Durante todo ese tiempo pasó por tres ubicaciones en un radio de acción muy pequeño, que marcaron otras tantas etapas y estilos, con tres dueños distintos. Su recuerdo aún sigue vivo entre una clientela muy dispar que peina canas, con el sellado de la quiniela como inolvidable referente.

Su tercera y última época comenzó hace 60 años por estas mismas fechas. Guillermo Sáez Montero recibió una suculenta oferta del Banco Central por el traspaso del amplio local que el Méndez Núñez ocupaba en el ángulo de la Oliva con la Peregrina, para instalar allí su primera oficina en Pontevedra. Sin pensarlo dos veces, aceptó el ofrecimiento al tiempo que aprovechó la ocasión para poner al día su negocio.

En febrero de 1953, el Méndez Núñez se sacudió de su pasado reciente como café cantante estilo fin de siglo y abrió sus puertas como moderno café bar en el amplio bajo de otra edificación noble, sin perder de vista nunca la iglesia de la Peregrina: antes ubicado enfrente, y después a un costado de la capilla, donde hoy está una gran tienda de telefonía de Orange.

Aquel Méndez Núñez renovado contaba con una estilosa barra americana, encima de la cual se abría un pequeño entresuelo que dio cobijo a las partidas de dominó o cartas después de comer y que, más tarde, ofrecía la mejor perspectiva para ver la televisión desde sus mesas elevadas.

Amén del buen café, la coctelería fue su primera gran oferta, y también anunció mucho en su apertura un "copetín de vino del Rosal", un punto dulzón y gaseado, que estuvo de moda algún tiempo. Enseguida se consolidó y dejó por el camino su segundo apellido, puesto que se popularizó como "el Méndez" a secas.

A la sombra del padre, Guillermo Sáez Montero, aprendieron el oficio sus hijos Guillermo, Antonio y José Sáez López, quienes poco a poco se convirtieron en los rostros siempre amables y serviciales de un local para todos los públicos.

A Guillermo correspondió el acierto de convertir la esquina menos lucida del Méndez en brazo operativo del Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas. Lamentablemente murió de repente en verano de 1955, sin disfrutar el éxito de su iniciativa pionera.

El sellado de quinielas constituyó el mejor reclamo que tuvo jamás el Méndez. Cualquier momento era bueno para cubrir un boleto y, de paso, tomarse un café con leche en vaso de cristal bien caliente.

Durante mucho tiempo las quinielas se convirtieron en la gran esperanza de los españolitos para salir de sus penurias y hacerse ricos por el camino más expeditivo. Su éxito fue enorme. Las colas del Méndez resultaron épicas e hicieron historia, porque con frecuencia salían del propio café y doblaban por los laterales de la Peregrina.

Tanto a la hora del aperitivo, como después de comer o a la hora de la merienda, el Méndez siempre estaba lleno en los años 60 y 70. Sus grandes ventanales se cotizaban mucho porque eran privilegiados y entretenidos miradores del trasiego ciudadano.

Luego ninguno de los hijos de los hijos de Guillermo Sáez Montero quiso continuar la tradición familiar al frente del Méndez. De modo que casi cuarenta años después, Antonio dejó la barra y su cafetera, y José hizo lo mismo con su bandeja para servir las mesas, en puertas de una jubilación más que merecida.

El cierre se certificó oficialmente el 31 de octubre de 1991, y pocos días después se conoció solo el enunciado de una gran operación inmobiliaria: la Caja de Madrid, que entonces presidía el gallego Jaime Terceiro Lomba, se había hecho con el local del histórico café bar para instalar su principal oficina comercial. Nunca se supo el precio millonario que pagó la entidad crediticia por aquel lugar inmejorable.

A partir de entonces, lo cierto es que ningún otro negocio encontró allí un acomodo duradero desde que el Méndez Núñez le dijo adiós para siempre.

Primera etapa de conciertos y películas en los Soportales

El primer Café Méndez Núñez se estableció a finales del siglo XIX por José Lino y Anselmo Martín en los Soportales, donde luego se ubicó La Moda Ideal. Inicialmente su nombre no tuvo el impacto que alcanzó después. De ahí que los pontevedreses de aquel tiempo lo llamaran "el café de Martín".

Empezó ofreciendo buenos conciertos de música clásica, y por esta razón se convirtió en el café preferido de los melómanos locales. Enseguida pasó a ser su lugar de encuentro y tertulia, hasta la irrupción del cinematógrafo.

El Méndez Núñez llegó a anunciar la proyección de películas a mediados de 1913, anticipándose incluso al Café Moderno. Pero no fue hasta tres años después cuando materializó su propósito y abrió otra etapa que solo duró seis meses.

Su estreno como cinematógrafo con 125 sillones tuvo lugar el 20 de noviembre de 1916 con una película dramática, "Angustia suprema", y otra cómica, "Jack Fornes contra Robinet". Su cierre se produjo el 8 de abril de 1917 tras la exhibición de "Historia de dos vidas" y "Robinet tiene sueño".

El propio Martín trasladó el Méndez Núñez a su segunda ubicación en un local más amplio entre la Oliva y la Peregrina. Luego lo traspasó a José Lago, quien marcó otra época de esmerado servicio en abierta competencia con el Café Moderno.

Segunda época como café cantante decente y casto

Albaceteño de nacimiento, pero pontevedrés de adopción y hostelero vocacional, Guillermo Sáez Montero se hizo con el traspaso del Méndez Núñez en 1934 gracias a un golpe de suerte. Al igual que le ocurrió a Luís Bahamonde con el Saboy, un premio de la lotería puso en su mano el dinero suficiente para arrendar el Méndez Núñez cuando ya estaba en el número 2 de la Oliva, esquina con la Peregrina.

Xerardo Álvarez Gallego contó que la reunión clave para la fundación de la revista Nós, todo un referente del galleguismo desde su cuna orensana, se celebró en este café tan pontevedrés. Aquí engarzaron sus mimbres Vicente Risco, Losada Diéguez y Alfonso Castelao, contertulio del local porque lindaba con su domicilio, junto a Casto Sampedro, Iglesias Vilarelle, Amado Carballo, Clodio Prada y el propio Losada Diéguez.

Enrique Campo estuvo detrás de la lujosa decoración, con figuras de trovadores italianos en los relieves de sus paredes. A espaldas del escenario se escondía el salón de juego, donde nuestros abuelos celebraban sus acaloradas timbas sin exponerse a la vista de sus grandes cristaleras.

El Méndez Núñez alcanzó en su segunda época mucho renombre como café cantante, pero serio y alejado del cabaret. Rafael Landín testificó que siempre llevó con mucho respeto el nombre de "un gran Casto".