Entrevista | Bernar Freiría Periodista y escritor

"Desde que leí a Philip Roth he querido escribir una 'Pastoral hispana'"

"Escribir tiene momentos duros, pero sentir que el mundo que has creado en tu cabeza existe, que puedes habitarlo, es maravilloso"

Bernar Freiría en la Feria del Libro con su nueva novela

Bernar Freiría en la Feria del Libro con su nueva novela / Juan Carlos Caval

Asier Ganuza

Bernar Freiría (Verín, Ourense, 1951) ha sido bendecido. Dice que siempre tiene algo en la cabeza, que siente un «chisporroteo de neuronas» constante que le empuja a escribir. Salga (bien) o no salga. Seguramente contribuya a ello el hecho de que, cuando se sienta al teclado, siempre lo hace en busca de nuevos «retos», de desafíos que le obliguen a estrujarse el coco. Porque él, dice, no escribe segundas partes. Sin duda, un ejercicio de gimnasia narrativa que le permite cumplir con éxito sus compromisos periodísticos y literarios (aunque estos últimos solo obedezcan a un acuerdo consigo mismo). Esa libertad de la que se dota como escritor también es clave para entender su último trabajo, La orilla de los Artigas (M.A.R. Editor, 2023), que llegó hace unos días a las librerías y que durante toda la semana ha estado presentando en la Feria del Libro de Murcia, ciudad en la que lleva tres décadas afincado. Pero solo físicamente, porque la mente ‘cruza el charco’ con frecuencia. De todo ello habló el pasado miércoles con este periódico, en el que habitualmente publica sus reflexiones.

— ¿Cómo está? Se ha pasado la semana en la Feria del Libro...

— Sí. Tenía miedo de que, al final, tuviera más horas por delante que aspirantes a la firma, pero se ha acercado mucha gente (conocida y desconocida), así que estoy muy contento. Y cansado, ¿eh?, pero es una experiencia muy agradable.

— Supongo que siempre es bonito reencontrarse con amigos, pero lo de los desconocidos... debe ser hasta más emocionante.

— Ambos contextos son interesantes. Y diferentes. Ayer me vino a ver un antiguo compañero al que hacía doce años que no veía, por ejemplo. Y también gente más cercana, a la que ves con cierta frecuencia. Pero luego, efectivamente, están esos a los que no conoces pero que sienten interés por lo que haces, y que se acercan, saludan y preguntan. Aprecio ambos tipos de emoción, la del viejo afecto fortalecido y la que supone la apertura de un nuevo diálogo entre lector y escritor. Por eso me resulta tan gratificante estar en una caseta, porque al final la escritura de un libro es un trabajo solitario, y hasta que no recibes ese feedback (como le llaman ahora) no sabes si lo que has hecho le ha llegado y de qué manera a la gente.

— De todas formas, La orilla de los Artigas lleva solo unos días en librerías. Y es largo. Imagino que todavía está a la espera de las primeras críticas fuera de su círculo...

— Bueno, ya me van llegando algunas impresiones ‘de fuera’, y, de momento, estoy bastante satisfecho.

— ¿Es algo que le preocupa (lo que digan los lectores)? Tengo entendido que es un hombre muy exigente consigo mismo, pero hay autores que consideran que su trabajo termina cuando ponen el punto final y que si gusta o no... no es problema suyo.

— Mira, el que diga que escribe para sí mismo miente. Uno siempre escribe pensando, al menos, en lectores ideales; escribir para uno mismo... no sé si tendrá sentido para alguien, pero, desde luego, no para mí. Así que, en ese sentido, claro que me preocupo por llegar al lector. Pero, al mismo tiempo, uno tiene un compromiso consigo mismo; es decir, no puedes ceder al deseo de agradar a todo el mundo porque acabarías escribiendo una ‘novela barata’. Además, yo afronto cada proyecto como un reto. Fíjate: después de publicar Triple juego en Cuba (2017), una amiga escritora me dijo que prácticamente tenía escrita la secuela, como que la propia historia me decía por dónde seguir. Pero yo no hago segundas partes. Necesito que cada nuevo libro sea distinto en cuanto a la técnica narrativa, historia, protagonistas...

— ¿Si no le supone un reto pierde la motivación?

— Sí: si no hay reto, no hay interés. Esta novela, por ejemplo, tiene una protagonista femenina. Algunos lectores me habían reprochado que las mujeres ocupaban un lugar secundario en mis novelas (cosa con la que no estoy de acuerdo, porque, aunque no tuvieran papeles principales, si cargaban con roles importantes, pero bueno...). La cuestión es que dije: «Muy bien, pues ese va a ser el próximo desafío». Y ahí tienes, La orilla de los Artigas [Risas]. Con esto quiero decir que sí, que soy de esos escritores que necesita de un reto para ponerse en marcha. Porque este trabajo es duro y difícil, y hay que buscar motivaciones.

— ¿Por eso ha tardado tanto en volver? Han pasado seis años desde Triple juego en Cuba...

— Yo es que escribo sin prisa. A ver, el periódico, por ejemplo, tiene sus plazos, y no solo me ciño a ellos, sino que me da hasta cierto placer cumplirlos. Pero cuando hablamos de una novela es distinto... Cierto es que entre Triple juego en Cuba y La orilla de los Artigas han pasado muchas cosas –un par de series veraniegas, relatos cortos, etc.– y que hablamos de un libro de más de cuatrocientas páginas, pero reconozco que soy un escritor de ritmo lento: yo no me planteo productividad, ni escribir tantas palabras al día ni tener no sé qué capítulo terminado para tal día. Me doy bastante libertad, la verdad.

— Yo no soy escritor, pero he charlado ya con unos cuantos. Y los hay que te hablan de la escritura como algo sumamente gratificante y los que..., bueno, sufren. Usted ha dicho que este es "un trabajo duro y difícil".

— Pero también gratificante. No sé, yo creo que estoy a ambos lados. Hay momentos maravillosos y, por supuesto, hay momentos muy duros. Hay veces en los que parece que la historia se te está yendo de las manos, días en los que dices: «Yo creía que aquí tenía una novela, pero... se me está diluyendo». Y eso es duro, ¿eh? Son tragos complicados de digerir. Pero también hay días que te levantas por la mañana, vas a tu despacho y sientes que el mundo que has creado en tu cabeza existe, que puedes habitar en él. Eso, por ejemplo, es maravilloso.

— ¿Y de dónde sale el mundo de La orilla de los artigas?

— Pues mira, las novelas normalmente tienen una semilla lejana; es decir: están ahí, guardadas en el fondo de tu cabeza, desde hace mucho tiempo atrás, y un buen día salen a flote. Esta historia, por ejemplo, la tenía ‘almacenada’ desde hace... treinta y cinco años o más. Más, diría. Cuando trabajaba como sanitario en una zona rural de Galicia conocí a una mujer que se había casado con un argentino, que se había ido allí a vivir y que había tenido cuatro hijos, pero que, en un momento dado, se dio cuenta de que aquel no era su mundo. Y regresó. Con sus cuatro hijos. Y luchó sola para sacarlos adelante. Tampoco te sé decir mucho más de su historia, pero el suyo era un relato potente y, de una manera inconsciente, me lo guardé. Hasta que..., eso, de repente, no sé cuántos años después y sin saber muy bien por qué, decidí escribir esta novela. O, más bien, sentí la necesidad de hacerlo, de contar esta historia (que nada tiene que ver con la de aquella chica, claro; ella solo la inspiró).

— ¿Qué tiene usted con Uruguay, Bernar? O, bueno, con Latinoamérica en general, que no es la primera vez que cruza el charco...

— [Ríe] Efectivamente, aparte de meterme en charcos, los cruzo. Pues mira, no lo sé, no sé qué me pasa con Latinoamérica; supongo que también es algo inconsciente. Pero es cierto que mi primera novela [Cuarto de derrota, 2002] me llevó hasta Colombia y que, desde entonces, cruzar el Atlántico se ha convertido casi en una constante...

— ¿Y no sabe a qué se debe?

— No con certeza. Pero bueno, para bien o para mal, [España] hemos sido una potencial colonial, y hemos dejado nuestra impronta en lo que hoy conocemos como América Latina; de la misma forma en que ahora los movimientos migratorios han ayudado a que sean ellos los que, de alguna manera, nos acerquen también sus costumbres y su modo de vida. Un intercambio, por cierto, que considero muy fructífero. Todo eso –ese pasado, este presente– genera un vínculo, igual que la lengua común. Que puedas irte con tu idioma a la punta sur de América y que te entiendan (y que tú les entiendas) es un milagro. Y creo que no estamos ‘completos’ si no contemplamos ese otro español que se habla allí... Pero bueno, insisto, lo de pasarme a la otra orilla es algo inconsciente.

— Bueno, pues hábleme de esa orilla. U orillas. Porque esta es la historia de una mujer, Elisa, y de su familia, pero también es un retrato de dos países separados por una gran masa de agua pero marcados ambos por una dictadura.

— Correcto. Hay una trama familiar, pero también es el retrato de una época (de una época en España y en Uruguay). La trama principal tiene su interés, ¿eh? Los Artigas son una familia de terratenientes (desde varias generaciones atrás) que, de alguna manera, mantienen una cierta relación con la dictadura de Bordaberry, algo que repugna a Elisa, que encuentra en esta turbia revelación una motivación más para regresar a España con sus hijos. Y, a fin de contar esta historia, la novela atraviesa aquellos años –que coinciden con los estertores del franquismo en nuestro país–, pasa por la Transición española, la época de bonanza económica, la de la burbuja del ladrillo y su ruptura... hasta llegar a la actualidad.

— Un relato histórico ambicioso...

— Mira, yo cuando leí Pastoral americana (1997), de Philip Roth, me di cuenta de que lo que quería era escribir una Pastoral española. O hispana, más bien. Esa es la novela que siempre he querido escribir, una historia que recoja la esencia de esa hispanidad.

— Y eso... ¿con algún objetivo? ¿Pretende mandar algún mensaje, hacer reflexionar al lector sobre algo en concreto?

— Pretende hacer reflexionar al lector, a secas. Esto es algo que aprendí hace mucho tiempo: uno no debe salir nunca de una novela de la misma manera en que ha entrado. Si no te hace pensar, si no te conmueve o despierta nuevos horizontes... No sé... Yo es lo que busco como lector y, por tanto, lo que pretendo como escritor.

— Que la novela viaje tantos años atrás y llegue hasta nuestro días supongo que ayuda a la hora de que quienes se acerquen a esta historia tomen perspectiva de lo que ha pasado en este tiempo.

— Sí, claro. Hay una voluntad innegable de ver cómo hemos ido evolucionando. Y ojalá eso sirva para abrir nuevos espacios de debate, para que al lector le dé por pensar y descubra cosas por sí mismo. Para que perfeccione y complete la novela, en definitiva. Porque una novela nunca está completa hasta que alguien –con sus particularidades, con sus vivencias– la hace suya.

— ¿Y ahora qué, Bernar? ¿Ya anda barruntando algo nuevo?

— Creo que sí, creo que estoy ‘embarazado’ [Risas]. Tengo una idea que anda revoloteando en mi cabeza, pero no he escrito todavía ni una sola palabra. A ver si cuando pase toda esta vorágine de la promoción puedo sentarme a fijar conceptos.

— Supongo que un escritor siempre tiene algo en la cabeza (llegue luego a puerto o no)...

— Pues sí. Me imagino que sentiría como vértigo si llega un día en el que no tengo nada por ahí danzando. Como un equilibrista que ha perdido el palo en el que se apoya para mantenerse en la cuerda floja. Creo que es necesario tener siempre algo en la cabeza, salga o no. Porque puede pasar que deseches una idea, o que la historia se desvíe del origen y desemboque de manera inesperada, pero si como escritor no tienes un chisporroteo de neuronas estás muerto.