Creo que la mayoría nos hemos vuelto más descreídos después de estos años difíciles. Las últimas crisis no nos han hecho mejores, ni hemos salido con más valores de la pandemia, como nos repetíamos ingenuamente al inicio, procurando un asidero moral mientras los cimientos del mundo que conocimos se agitaban como un campo de trigo en un día ventoso.

Aquellos eslóganes de 2020 resultaban tan alejados de la condición humana como cuando, en 1948, en plena situación de guerra, el embajador de Estados Unidos ante la ONU, Warren Austin, cometió un gazapo histórico al asegurar que la paz entre árabes e israelíes sería posible si ambos bandos arreglaban sus desavenencias “como buenos cristianos”.

Somos peores en general, y hasta cierto punto es una consecuencia lógica, porque la incertidumbre y el sufrimiento refuerzan el individualismo. Construir una coraza es una manera de defenderse y de procurar seguridad y certezas ante factores que no podemos controlar.

Por eso las acciones de bondad desinteresada son incluso más loables ahora que antes, porque la impresión es que son comportamientos que cuesta ver más, que son excepcionales. 

El lunes, en la misma calle del barrio que se ha llenado de pintadas negacionistas del típico necio que cree ser el único sabio en el planeta, dos mujeres acudieron en auxilio de una pareja de mayores, al ver que la señora tenía complicaciones para caminar y mantenerse erguida. La sostuvieron y la calmaron, la llevaron en su coche a casa tras ofrecerse a acompañarla al hospital y ayudaron al marido a introducirla en el ascensor.

Y así, con una obra rompieron la tendencia que impera, porque lo único que necesita el mal para triunfar es que la gente buena no haga nada, como dijo Edmund Burke, filósofo y político del siglo XVIII.

La familia quiso contactar con ellas, quizá porque todos necesitamos saber que la bondad es tangible. La nieta preguntó en los negocios en busca de testigos para poder llegar a las dos mujeres. No tenían afán de protagonismo, lo que demuestra incluso más la calidad de sus valores.

En una tienda que las dos vecinas frecuentan, la hija y la nieta dejaron un regalo. “Muchas gracias por vuestra amabilidad y generosidad”, reza la tarjeta. Y citando a la señora, “fuisteis dos ángeles caídos del cielo”, solo que de verdad.