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La decadencia interminable del cenobio de Santa Comba de Naves

Cinco años después de la venta por parte del Obispado a un particular, nada se sabe del proyecto de rehabilitación de la capilla ni de la reforma que lo convertiría en hotel rural

Vista del monasterio de Santa Comba de Naves desde la parte inferior del camino por la pista senderista entre Eirasvedras y Naves. | // FDV

Un andamio en un habitáculo en el interior del monasterio. | // FDV

“Puscas”, José Ramón y José Ricardo, en el núcleo de Naves. | // IÑAKI OSORIO

Otro andamio intenta mantener de pie un alféizar. | // FDV

La decadencia interminable del cenobio de Santa Comba de Naves

“Cosas que hacer en el concello de Ourense”. Son las seis palabras salvavidas que se escriben en el buscador del navegador para un domingo de tedio absoluto, con el ocio restringido por la pandemia y las relaciones sociales inexistentes como responsabilidad individual y colectiva. De entre todas las ofertas, una llama la atención: Monasterio en ruinas de Santa Comba de Naves.

Un conjunto religioso, en manos de un particular, que muestra los vestigios eclesiásticos de siglos pasados. Más concretamente, los manuscritos datan de su existencia del S.IX, en la época de Alfonso III. Documentación a parte, las instrucciones para acceder al cenobio marcan dos opciones, la senderista o la sedentaria. La primera arranca desde el restaurante As Carballas, subiendo por Eirasvedras. La segunda con el coche hasta Naves y caminar escasos 10 minutos. La elección más deportiva sirve para apreciar el valor histórico de una ruta que unía Ourense con Ribadavia, incluso con Maside, y respirar la tranquilidad de un camino donde las ramas de los árboles se abrazan por encima de tu paso. Metros en la mochila y el monasterio se divisa por sus altas paredes cubiertas por la maleza. El cenobio de Santa Comba de Naves está abandonado a la suerte de la naturaleza de Galicia, que lo oculta con un verde intenso. Las yedras sujetan las piedras de casi un metro de ancho que mantienen viva la historia que durante siglos escribieron los abades con su actividad religiosa y también productiva en los montes de Palmés. Una capilla se divisa en primer lugar, tras un pequeño rodeo, las piedras y las xestas forman un pasillo que indica la entrada donde una puerta metálica semiabierta es un pórtico al pasado.

Los restos arqueológicos definen un edificio de dos alturas, planta baja más un primer piso, que además tenía un sótano que ocupaba gran parte de la planta. En el espacio central se conservaba un cuerpo de un torreón, pero no solo eso si no que tenía una capilla y un palomar. José Ricardo, vecino del núcleo de Naves, explica que “antes, en tiempos, el palomar era un servicio de mensajería entre el monasterio de Santa Comba de Naves y Celanova, eso ponen los escritos de la época”. Y es que el conjunto arqueológico era un priorato dependiente del monasterio de Celanova, que pasó a manos del Obispado y, hace exactamente cinco años (enero de 2016), se vendió la propiedad al ejecutivo del Banco Santander en EE.UU., Román Blanco, con la intención de tener una mayor dotación de recursos económicos en el seno de la Iglesia y que el comprador pusiera en valor un conjunto que había sido abandonado hace más de un siglo. Una decadencia que no tiene desenlace ni en el nuevo milenio.

Al terminar la sesión fotográfica y el lamento por el actual estado, la expedición se dirige al núcleo de Naves a escasos metros del final de la pista que da acceso al monasterio. Allí, Manolo “Puscas” y José Ramón charlan improvisadamente ante la bodega del primero. Al mencionar el monasterio, ambos advierten que “hace mucho que no voy por allí”. Los vecinos y vecinas del núcleo urbano ven los vestigios como una propiedad de un particular y no quieren hacer declaraciones sobre la puesta en valor y rehabilitación del monasterio. Pero sí que quieren explicar qué pasó con el empresario. “Puscas” sostiene que “llegó a una reunión con la gente del pueblo, para explicarnos el proyecto de reforma y quería también hacer un hotel rural. Para ello quería que le cediéramos parte de los terrenos para abrir una pista hasta el monasterio. Nosotros le dijimos que sí, pero que tenía que reponernos los muros que tirase y pagarnos por ellas. Es decir, si de mi finca cogía un par de metros, yo se los daba encantando, pero tenía que levantar el muro que estaba. No sé cómo nos dijo, pero que no lo iba a hacer y fue la última vez que lo vimos”.

De vuelta a la Bodega del “Puscas”, las anécdotas renacen. José Ricardo le anima a contar alguna y éste señala que “íbamos de pequeños a correr por el alto de las paredes, tenían un metro casi de ancho, y no nos caíamos, esas piedras aguantaban todo y lo aguantan ahora también”. Otro vecino, Lito corrobora la historia y “Puscas” se anima con la segunda, rememorando que “los abades tenían fincas en todo el entorno y aquella casa que ves allí (una casa grande, pintada de blanco, a la izquierda de su bodega), le llamaban el casino, era donde los abades guardaban el ganado y, se rumorea, que nosotros no lo sabemos a ciencia cierta, jugaban de vez en cuando”.

El monasterio permaneció ocupado por los frailes hasta la Desamortización de Mendizábal en 1836 y ahora, cinco años después, supone un camino de evasión de un municipio confinado en sus límites. Los vecinos aseguran que “el pasado fin de semana era una tolemia, había coches y coches. Algunos ya aparcaron en el campo de Palmés y bajaron andando. Pero no solo vienen en coche, también andando desde Eirasvedras por debajo del monasterio. Es por el cierre perimetral del Concello, no hay otra cosa que hacer y descubren los sitios del municipio”. Los vestigios del cenobio tallan un declive perenne. Es la decadencia interminable del monasterio de Santa Comba de Naves.

Un manuscrito de 1658 y el rechazo a la venta gratuita de las fincas de los vecinos

En Naves todavía se recuerda cuando Román Blanco aterrizó en la localidad para presentar el proyecto de rehabilitación y reformadel monasterio al pueblo. Eduardo, uno de los vecinos que tiene su lugar de residencia en Naves, explica que “llegó un día y nos dijo que el proyecto haría que el pueblo reviviera y nos explicó por encima lo que quería hacer. A nosotros nos pareció bien, porque después de siglos con el monasterio así en abandono que se recupere pues es bueno para el pueblo”. Aquel día, el ejecutivo del Banco Santander les pidió a los vecinos que le cedieran parte de las fincas que tenían en el camino para abrir una pista, colindante al camino viejo, el cual quería mantenerlo. Eduardo recuerda con buena memoria que “nos pidió que se las diéramos gratis y claro, nosotros le dijimos en un momento dado que no y después le dijimos que sí, pero que nos tenía que reponer el muro y pagarnos la parte de las fincas que cogía. Me acuerdo perfectamente lo que nos respondió fue algo así como ‘vosotros tomásteis licor café por la mañana’ y ya no lo volvimos a ver más”. Desde aquella cita sobre la plaza principal de Naves que comunica con la entrada del pueblo, solamente quedan las palabras. El monasterio presenta una imagen más deteriorada por el estado de abandono que presenta por la altura de la maleza a su alrededor, pero también dentro de sus dependencias, donde uno se tiene que abrir paso entre el frondoso color verde. Eduardo piensa que “es una pena ver el monasterio así, claro que es una pena, pero es de un particular y tiene que ser él, el que se haga cargo, por no estar ni está limpio. No se lo vamos a limpiar nosotros”. Eduardo guarda un manuscrito que data de 1658 y que está escrito por los abades en un castellano antiguo. Él confiesa que “a veces le echo un ojo a las fotocopias que tengo para leer, pero cuesta mucho, ni los propios especialistas saben traducir algunas palabras”. Las hojas son las escrituras con las que los abades cedían las tierras que eran suyas para la producción de materias primas y el coste que tenían que pagar. Algunas eran en‘ferradas’ y otras con costes grandes para los agricultores de la época. Eduardo señala que “hay hojas muy deterioradas porque los vecinos las guardaron en sus casas y hasta años después no se dieron cuenta de que estaban todas estropeadas”. En esas hojas se mantiene vivo el recuerdo del trabajo de los abades, pero también el de un pueblo que ve como la historia interminable de la renovación de su monasterio no tiene final.

Patrimonio indica la obligación de su conservación por parte del particular

La compra por parte del particular no tuvo consecuencias en el valor patrimonial del monasterio ni tampoco en la rehabilitación ni en la reforma de un conjunto que todos los implicados destacan por su alto interés histórico para Ourense. Según pudo saber, FARO el particular presentó dos proyectos en el Concello de Ourense que quedaron registrados. El primero fue en 2016 para proceder al cierre del entorno y vallarlo. Actualmente, las únicas vallas que hay alrededor es la maleza que trata de esconder el cenobio. El segundo se presento en 2018 para rehabilitar la cubierta de la capilla anexa al monasterio por parte del particular. La capilla mantiene el aspecto de abandono que tuvo en los últimos cien años. Nada cambió. Estos proyectos presentados no se han llevado a la práctica por parte del particular y desde la Dirección Xeral de Patrimonio, dependiende de la Consellería de Educación y Turismo de la Xunta de Galicia, dicen que “tenemos abierto un expediente informativo. Se trata de un BIC propiedad de un particular y por eso es obligado que los propietarios, poseedores y titulares de los derechos reales de los bienes integrantes del patrimonio cultural procedan a su conservación”. Los vestigios se mantienen vivos gracias a la arquitectura de la época y a los buenos materiales utilizados. Los vecinos explican que ni el particular ni ninguna maquinaria se vio en los últimos años desde que se adquirió en propiedad. FARO intento contactar con el propietario, pero no fue posible.

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