Argelia en Ramadán

Rubén Reiriz-Polo

De la privilegiada terraza del Instituto Cervantes de Orán asoma la bandera rojigualda. En una de las aulas un póster de Rosalía de Castro. Me atiende Ismael con mucho entusiasmo. Es un enamorado del teatro que consigue llevar a su grupo a muchas ediciones del Festival Etnosur.

Para cenar elijo un restaurante que expone unas brochetas apetecibles. Charlo con un jubilado muy amable que se sienta en mi misma mesa. Trabajó en Castro Urdiales y en Cataluña. Al fondo del salón veo al chico amable que manejaba la parrilla lavándose los pies.

El taxista de Orán es cercano y amable. Si te mensajeas con él por teléfono solo dice “OK” porque confiesa que su inglés es pobre. Llega más de media hora antes de la hora acordada y por supuesto no estoy listo todavía. Me tiene toda la carrera hablando sobre la importancia de creer en la divinidad. Es más divertido cuando se queja de que su coche falla porque es chino.

En la Casbah de Argel las casas están apuntaladas para que no se derrumben. Las parabólicas crecen más que las amapolas. Cables como lianas. Pese a todo la sensación es de tranquilidad.

Compro un par de dulces. 130 dinares. Dudo si me ha dado bien el cambio. El pastelero, muy firme pero sin arrogancia, exclama: “yo no soy árabe, soy berebere”. Nos apretamos fuerte la mano mirándonos a los ojos. Me gusta hacer tratos con los hombres del desierto.

Cae el sol. Los organizadores del ‘iftar’ te invitan a pasar con suma amabilidad. Charlo con tres jóvenes por Google translate. Mis pintas de turista son evidentes. El guiso con aceitunas y zanahoria está bueno, aunque lleva mucho tiempo servido y se ha enfriado. La sopa, sublime.

A la subida al teleférico me compro un imán. El tipo, más pícaro que un español, me da la vuelta cortísima. Me pongo serio y reclamo lo restante. “Oh, I am sorry, my friend!”. No cue-la. Al retornar a mi país leo que el magnético pone “Aleria”. Vale, empate a uno.

Mi viaje toca a su fin. Quedé con un taxista que conocí el día anterior. Es divertido, forofo del Madrid y, además del GPS, lleva la clásica aplicación de ligar en el móvil. Espero en la plaza de los Mártires sentado sobre la acera. Pasan unos minutos y no llega. Le escribo “¿Te has olvidado de mí?”y adjunto carita tristona. Tengo que pedir otro. Suena música de Tarantino...