Animales políticos

Luis Asenjo Pérez

Hay que reconocer que cuando surgió Podemos, las ideas que defendían eran muy asequibles y susceptibles de ser compradas por casi todos los españoles, si bien es cierto que en un contexto de crisis económica, financiera y de colapso social, donde las huelgas de antaño se acabaron transformando en brunchs en la Puerta del Sol madrileña. Sánchez pactó con la formación morada pensando que perro ladrador, poco mordedor. Sin embargo, se viene observando desde hace tiempo una deriva caótica y suicida que, a falta de un rescate en forma de patera diversitaria, se hunde irremediablemente en el mar de su propia incompetencia. Iglesias debió de pensar eso de que a caballo regalado no se le miran los dientes, pero al final tuvo que salir disparado porque, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

A esto hay que sumar el nuevo lenguaje que pretenden popularizar Montero y compañía, que quizás sería más conveniente apellidarlo de no inclusivo, porque realmente solo incluyen lo que ellos quieren incluir, dejándonos al resto huérfanos de leyes y por lo tanto de defensas ante posibles implicaciones legales y económicas de cualquier tipo. No contentos con querernos dar gato por liebre, asistimos permanentemente al día de la marmota de los insultos, desprecios y errores legales que han llevado a la calle y rebajado condenas a centenares de violadores y asesinos. Y lo más triste es que ni reconozcan el error ni pidan perdón a las víctimas. Está claro que a perro flaco, todo son pulgas.

Al hilo de todo esto, me surge la duda de cuánto podría tardar en ser censurado por la nueva ley de bienestar animal, un artículo como este que muestra la complicidad mutua que siempre hemos tenido los animales y los seres humanos. Ya lo dijo Aristóteles: “El hombre es un animal político”. Pero tal vez tendría que haber intercambiado las palabras en su orden.