El Credo profesa la fe en la vida eterna, que es el Cielo, la realidad divina a la que nos orientamos, donde se encuentra la morada de Dios. El Cielo es “lo que ni ojo vio ni oído oyó, pero Dios preparó para los que lo aman”(1 Cor 2, 9).El Cielo no es un lugar, sino la situación en que se encuentran quienes están en el amor de Dios; es la realización de todas las esperanzas humanas.

En el Nuevo Testamento, el Cielo es lo definitivo y lo último y se expresa con imágenes como el paraíso, la gloria, la perla, el tesoro, la bienaventuranza… En el fondo, al ser algo misterioso y que nos desborda, hay que recurrir a imágenes o parábolas, como la morada definitiva hacia la que nos encaminamos los peregrinos de este mundo; como el paraíso, entendido como comunión divina; como banquete nupcial, donde hay alegría y nadie pasa hambre; como la fiesta de las bodas del Cordero: ”Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva (…) Y vi a la Ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo. Y oí una voz que decía: Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de ellos; ellos serán su pueblo, y el será Dios-con-ellos; él enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte , ni lamento, ni llanto, ni dolor, pues todo lo anterior ha pasado”(Ap 21, 1-4)

La vida es eterna es contemplar el rostro de Dios, que es lo que se pide en la liturgia eucarística al orar por los difuntos: “Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección y de todos los que han muerto en tu misericordia: admítelos a contemplar la luz de tu rostro”.

La vida eterna es comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo; es la plenitud del amor, es participación de la belleza y el esplendor de Dios.

El Cielo , que es comunitario, lo que en el Credo se llama “comunión de los santos”, comienza ya en la tierra. El Reino de Dios ya está en medio de nosotros y aquí tenemos que comenzar a trabajar por la vida eterna. Cielo y tierra no se oponen.

La vida eterna es la coronación de la vida terrena. Solo hay una vida, la que nos fue dada por el Creador al nacer, pero esa vida contiene en sí misma la promesa de llegar a la gozosa comunión eterna con Dios. No somos seres vivos cuyo horizonte sea la muerte, sino seres mortales cuyo horizonte es la vida.