La Iglesia ha sido siempre evangelizadora por mandato de su fundador, Jesucristo, que le encargó la misión de ir a hacer discípulos a todas las gentes (Mt 28, 19).El hombre es un ser social, pero el cristiano es mucho más que eso: es un ser que forma parte del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia, desde su bautismo, que lo convierte en discípulo misionero. Por un lado, nunca dejamos de ser discípulos, nunca dejamos de aprender, pero por otro lado, estamos llamados a la misión, a compartir lo que hemos recibido, lo que experimentamos: la experiencia de Amor, de fe en la Trinidad. Nadie se salva por sí solo, y todos estamos llamados , a pesar de nuestras limitaciones, nuestros defectos y nuestras miserias, a anunciar a los demás la gracia recibida en el bautismo, a transmitir la fe y la dicha que nos ha producido nuestro encuentro con Cristo resucitado.”El Señor compara a sus discípulos con la sal y la luz. Ser sal de la tierra equivale a conservar la alianza con Dios para, de este modo, hacer sabroso el mundo. Un mundo sin Dios es un mundo soso, sin gracia y sin viveza. No basta edificar el mundo solamente contando con la ciencia y con la tecnología; es preciso, asimismo, contar con la apertura a Dios y a los hermanos. Dios existe y es Él quien nos ha dado la vida”. La cercanía de Dios, Guillermo Juan Morado

El Amor por Aquél que murió en la cruz, el deseo de salvación de las almas y el anhelo de un mundo más cálido es lo que motiva al evangelizador a comunicar a Dios, a dar a conocer su misericordia.El Evangelio-la Buena Nueva de Jesucristo-es el mayor tesoro que podemos ofrecer a la humanidad, pero en primer lugar, hay que vivirlo y, en segundo lugar, hay que compartirlo, conscientes de que evangelizar no es una obra humana, sino que es el Espíritu el que toca los corazones. Cuanto más profunda sea nuestra vida en el Espíritu, cuanto mayor sea nuestra experiencia de Jesucristo, mayores frutos podremos esperar de nuestra evangelización. Si el evangelizador ha de predicar la conversión tiene que sentirse él necesitado de conversión , tratar de vivirla, para que sus palabras tengan credibilidad. Es un error pensar que no necesita conversión quien tiene fe. El evangelizador ha de estar convencido de su necesidad de conversión hasta el último día de su vida terrena.

Si el evangelio no es un conjunto de leyes, sino una oferta de participación en la vida de Dios, el evangelizador ha de estar lleno de esa vida para poder enseñarla. S i evangelizar tiene como objeto mostrar a Jesucristo como Salvador, el evangelizador tiene que estar viviendo su salvación, convencido de que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Si el evangelizador presenta a Dios como la respuesta a todas las necesidades e interrogantes del hombre, ha de mostrar que él lo ha descubierto y se siente feliz de haberlo logrado.

Y es en la Eucaristía, centro y raíz de su vida espiritual, donde el evangelizador se une más con Cristo y se nutre de su gracia