Es un hecho que hemos avanzado una inmensidad en la igualdad. Las chicas pueden dejar la fregona y dedicarse a pegarse uñas postizas o botox en las ojeras. Todo un logro. Pero el mayor avance surge en las pistas de baile. A ritmo de reggaeton pueden perrear toda la noche.

Mientras un cantante de feria y chándal hortera estropea las malas rimas. Que está muy bien contemplarlo cinco minutos. Pero a medida que pasa el tiempo, a fuerza de perrear, el cuerpo humano adopta la posición de una especie de mamífero no identificado. Se vuelve abstracto y redondo.

El baile en sí no resulta muy difícil si no se lleva al extremo. La chica necesita estar dotada de un buen trasero. El chico en este baile tiene un papel testimonial. La mujer pasa de su antiguo reino en la cocina al perreo de las luciérnagas. Brilla como un objeto al que puedes disparar balines en las casetas de la verbena. Una vez más la mujer vuelve a ser un objeto. Tantos años de estudio para llegar al perreo. Lo bueno de todo esto es que no hay perreo que diez años dure.