El campeonato de triple salto en la Universidad Laboral de Vigo acababa de finalizar. Había conseguido el oro con una marca que, curiosamente, continúa imbatida hoy. Una porque nadie pudo hacerlo en aquella década y otra porque ya no tienen foso para saltar. Saliendo de las pistas estaba ella. Y le regalé la medalla de oro a la chica que me había seguido con su mirada todo el año. Victoria. Ella me ofreció una de bronce que decliné por educación, claro. Se la merecía por haberme seguido toda la temporada en baloncesto, atletismo o cada paso que yo daba. El seguimiento era mutuo. Pero las opciones cambiaron y los lugares también.

El mundo dio más y más vueltas, incluido Vigo. Victoria acabó siendo veterinaria en un pueblo indeterminado. Un pueblo donde hay muchas vacas, claro. Y también veterinarios. El paradero de la medalla de oro y el récord de la Laboral me resulta una incógnita. Quizás un baúl perdido. Quizás la lleva una vaca. Quizás se la enseñe a sus nietos, si sabe contar cuentos reales.