En 2009 dio comienzo el periplo de orfebrería política que había de culminar con la aprobación del Affordable Care Act, Obamacare para los amigos. Aunque fue Barak quien se llevó el gato al agua, varios presidentes americanos lo habían intentado antes, sin éxito.

En el pasado, muchas habían sido las reticencias a imponer a la ciudadanía la contratación de un seguro médico y, cuando Obama se puso manos a la obra, se encontró con que aquellos reparos se habían enquistado en el ecosistema político y en la psique de millones de americanos.

Aunque como españoles de tarjeta sanitaria europea, el derecho universal a la atención de la salud nos parece incontestable, en otras latitudes sí se discute –y mucho– que el Estado deba obligar a sus administrados a afiliarse a un servicio que algunos podrían no desear.

Dejando de rumiar sobre consideraciones del contrato social que han ocupado tantas páginas de pensadores de mucho caletre, como Rousseau o Locke, los obstáculos que hubo de salvar Obama para que su obra maestra viese la luz fueron de otras índoles. Por un lado, los republicanos se fijaron como objetivo político número 1 que Obama fuese un presidente de mandato único y calcularon que para ello la apuesta más segura era que la parroquia electoral del hawaiano asistiese al hundimiento del buque insignia de su programa político.

Ni a un solo legislador del GOP lograron convencer Biden y Obama para que apoyase su sueño. Se impusieron la disciplina de partido y las muy tangibles amenazas que Mitch McConnell, “el ventrílocuo”, tuvo a bien transmitir a quienes en sus filas coqueteaban con amistades peligrosas. No ayudó tampoco el cabildeo de la industria farmacéutica, esos mercaderes de favores que dominaban y dominan Washington. Por último, buena parte de la opinión pública se dejó sugestionar por la propaganda apocalíptica de que el Gobierno se preparaba para tomar el control del sistema sanitario y que dejaría morir a quienes supusiesen demasiado gasto.

Contra viento y marea aconteció el milagro y Obamacare se convirtió en law of the land, engrosándose así con decenas de millones de asegurados las filas de quienes podían permitirse ir al médico u operarse. Hoy acaba de suceder otro prodigio: el Tribunal Supremo del país ha fallado que Obamacare verá el futuro y no pasará a ser un espejismo del ayer.