El fracaso, en los casos que se ha producido incitación directa a la violencia –recuerdo los últimos días del pasado mes–, es que en estos supuestos se olvida el valor de las palabras, se olvidan las consecuencias de alimentar el odio.

Todos los discursos de odio, sean o no una incitación directa a la violencia, tienen mucho en común: se trata de un nihilismo que recoge las viejas ideologías xenófobas y racistas. Simplemente nihilismo.

El derecho no puede frenar por sí solo esa enfermedad. Es un problema de educación, en su sentido más profundo.