"Una mentira no tiene piernas, pero un escándalo posee alas" (Thomas Fuller, clérigo anglicano, s. XVII).

La noticia me ha descolocado. No porque sea novedad en el mundo de la clerecía en muchas partes del mundo, sino porque los hechos denunciados acaecieran en la parroquia, de la que soy originario. Una parroquia insertada en un Concello muy poco dado a noticia relevante alguna. Un Concello que, hoy en día, lo considero territorio libre asociado a los Estados Unidos de la República de México. A la que se homenajea con gran publicidad y subvención pública la llamada "Fiesta Mexicana", y escuchar bombas de palenque y ondeo de bandera mexicana hasta en un 15 de septiembre, día de la independencia de aquel país. Un país en que en dicha fecha se inició con el grito del cura Morelos "mueran los gachupines (españoles)".

Los hechos denunciados, y que están siendo investigados por el Juzgado de Instrucción de Ribadavia, que ve indicios de posible ilícito penal y cursa petición al fiscal de presentar acusación pública, están referidos a un presunto delito de abuso a menor cometidos por el párroco de la capitalidad del municipio. Un presunto delito cometido contra un menor, cuando éste contaba con 10 años de edad, y habiendo asistido a la preparación de su primera comunión en la casa del párroco, y no en la iglesia como sus demás compañeros.

Al parecer, la diócesis ya tenía conocimiento, con anterioridad, del proceder del párroco, y al que le impuso determinadas restricciones a su misión pastoral. Pero con la actuación del Juzgado, se ha visto en la necesidad de apartarlo del culto. Supongo que le está aplicando con el castigo que en el canon 1395 de Derecho Canónico define vagamente como "pena justa". Una pena justa que el mismo Canon podría conllevar, si el caso lo requiera, a la expulsión del estado clerical. Y el caso requerido ha de darse, a mi laico y lego entender, si el imputado es condenado en aplicación del artículo 183 de nuestro Código Penal, a prisión de dos a seis años.

A pesar de mi militante anticlericalismo, obligado me veo en otorgarle al clérigo la presunción de inocencia como a todo denunciado por unos hechos, execrables sí en teoría, pero aún no probados en sede judicial, al primar en todo procedimiento penal el principio contradictorio. Ahora bien, la sexualidad es innata a todo ser humano, por mucho que se intente enervar detrás de un hábito. Ya es hora de que la Iglesia Católica afronte el problema del celibato, y lo erradique. Hay una frase de Ramón J. Sender en su obra "Requiem por un campesino español", y que era muy común en la España de mis adolescentes años: "Los curas son las únicas personas a quienes todo el mundo llama padre, menos sus hijos, que les llaman tíos".