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Adiós PP

Vencida y desarmada la voluntad de la derecha española, la izquierda ha conseguido imponer, desde hace cuarenta años, su ideología y su planificación social al conjunto de los españoles. Esta es la cruda y más simple realidad. Es la historia de nuestra España desde la muerte de Franco. Porque por triste que parezca, lo cierto es que el voto de la derecha ha estado siempre cautivo, y nunca representado, en manos de unos políticos que se decían conservadores pero que en cada ocasión que han tenido para aplicar las políticas que sus votantes les demandaban, se han negado a hacerlo. Cuando no han hecho justo lo contrario. Por ejemplo, cuando Feijóo, en Galicia, disponiendo de mayoría absoluta, puso en marcha, sin llevarlo en su programa electoral y sin que su base social se lo pidiera, políticas destructivas de la familia, redefiniendo el significado de familia, que tras la aprobación por iniciativa suya de la ley LGTBI ya es cualquier cosa que incluya seres humanos en número superior a uno, y sustituyendo el régimen económico de los nuevos matrimonios, primando en ellos ahora la economía individual y el egoísmo por encima de la unidad y el interés familiar. Quiero señalar así que el votante llamado conservador, o creyente en la libertad del individuo frente al Estado, que es el que normalmente vota a la derecha, ha tenido la desgracia de que sus políticos, influenciados sin duda por algún extraño encanto -o poder oculto- de la progresía, nunca ha estado representado en los diferentes gobiernos de derecha, ni siquiera cuando el voto de la derecha ha sido ampliamente mayoritario.

En cambio, la izquierda nunca ha desaprovechado cada ocasión que ha tenido para gobernar. Lo vimos con González, lo vimos aún más con el destructivo Zapatero y ya lo hemos empezado a ver con Sánchez. La ejecución de sus planes ideológicos y de transformación de la sociedad (muchas veces un auténtico lavado de mentes, incluso las de los jueces, como no oculta la nueva ministra de justicia) empieza el primer día en que llegan al poder. Esta lección debería quedar grabada definitivamente en la memoria colectiva y debería llevar a la derecha a pensarse muy en serio a quién vota. La famosa doctrina de que es siempre preferible votar al mal menor se ha demostrado finalmente catastrófica, pues la suma de continuos males menores no lleva a otra cosa que a un ruinoso mal absoluto final. El PP ha engañado a sus votantes una y otra vez y ha tenido secuestrado el voto de la derecha durante demasiado tiempo y ya no debería dársele nueva oportunidad. Hay que decirle adiós al PP. Uno, aún con dolor, puede vivir bajo la tiranía del mal, pero nunca ser cómplice del mal y esto último es lo que los políticos peperos han elegido para sus votantes, la complicidad con el mal.

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