Desde el momento en que me despierto cae sobre mí un incesante bombardeo de estadísticas, porcentajes y cantidades; el fuego cruzado de un campo de batalla donde las diversas facciones políticas y económicas pretenden cimentar su imagen.

Mientras desayuno me trago más gráficos que cereales, y esto solo acaba de comenzar. No hay nada más útil para conseguir adeptos que ser un artista del maquillaje, pasar un filtro de photoshop o un buen potingue a base de argumentos tendenciosos y favorables que después los acólitos esparcen como dogmas de fe a base de números perfilados y empolvados.

A lo largo del día se abre ante mí el mismísimo multiverso de la física cuántica con varios mundos superpuestos regidos cada cual por sus propias normas numéricas, estadísticas y gráficas.

Inmerso en el catálogo de múltiples realidades me acerco al bar de siempre. Ahí está la vecina de al lado apurando el cigarrillo y el café para hacer más horas y llegar a fin de mes. La mujer me saluda con gesto cansado y yo me acerco a la barra donde me atiende el camarero, ese mismo que reabrió el local hace unos años a la espera de buena fortuna. El chaval me da cuenta de cómo ha ido el día, de si hay más o menos clientes, si se gastan más en café o en cubatas y cómo ha ido la recaudación del mes. Entre los clientes del local reconozco a otros vecinos; a fulano que lleva unos años buscando trabajo y a mengano que le paga las cervezas porque aún conserva el suyo, y también porque son amigos de toda la vida, que carajo.

En ese momento, mientras le doy un trago a la cerveza, mi mente se despeja, desaparecen los universos de los números veo con claridad la realidad del bar.