Cambian los tiempos. Antes la ideología se identificaba por una banderita en el reloj, una barba descuidada o un fular alrededor del cuello. Desde que la izquierda descubrió el diseño y la derecha se domesticó, otros son los referentes estéticos diferenciales. El último de ellos causa furor en esta precampaña electoral por aportación del Partido Popular, que ha convertido la corbata naranja en una seña de identidad; como las gaviotas, pero en moderno.

Como tantos inventos revindicados por el PP, desde el centro reformista hasta el patriotismo constitucional, el de las corbatas anaranjadas ha consistido menos en una aportación que en la reinvindicación de lo que ya existía. La moda había hecho proliferar los complementos de tan arriesgado color cuando estrenaban los populares su nueva imagen corporativa, que adoptó el anaranjado como marca de la casa.

Y apareció Rajoy con su corbata naranja en el congreso del que salió presidente nacional. Fraga la vistió en la convención que le lanzó como candidato, la luce en el rejuvenecedor cartel electoral y le bajaba hasta la faja el día de los 23.000 de Silleda. Se le ha visto a Crespo, Palmou o Barreiro. Hoy quien no cuenta con una en su armario no es nadie en el Partido Popular.

Mientras la mayoría de los militantes populares oculta boinas y birretes, incluso en esa exaltación del PP rural que es la romería del Monte do Gozo, tan ideal para ir de sport, la dichosa corbata se ha exhibido con orgullo. Hasta tal punto se ha desmadrado el furor de los lacitos naranja que, definitivamente, las autonómicas de 2005 serán recordadas como en las que al PP se los pusieron de corbata.

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