Opinión | Crónicas galantes

Elecciones de fogueo, guerras de verdad

Las elecciones europeas son como el Festival de Eurovisión, pero con menos audiencia. En uno y otro caso, los votantes saben que se trata de una consulta de fogueo en la que no se elige gobierno alguno, lo que siempre tienta a hacer experimentos con la papeleta. Lo mismo les da por votar a un Chikilicuatre que a ultraderechistas con o sin seudónimo, que en esta edición del certamen de Estrasburgo son tendencia en el continente. También lo fue hace diez años la ultraizquierda: y no pasa nada.

O no pasaba. Ahí al lado, en Francia, el masivo voto de fogueo a favor de los ultras de Marine Le Pen ha obligado al presidente Emmanuel Macron a convocar elecciones de las de verdad, en las que se dispararán papeletas con fuego real. Quizá nuestros traviesos vecinos se lo piensen mejor dentro de un mes.

No ocurrió lo mismo, por fortuna, en España, donde los dos partidos tradicionales siguen dando fe de que el bipartidismo no ha pasado a la historia. Ganaron los conservadores del PP por módico margen a los socialdemócratas del PSOE; pero el dato a anotar es que entre los dos suman más de un 64 por ciento del total de votos.

La extrema derecha ha subido, cierto es; aunque está lejos de aproximarse siquiera a los porcentajes obtenidos por sus colegas de otros países de Europa. El formato eurovisivo de estas elecciones favorecía a un partido tan pintoresco como Vox, con su caza y sus toros; pero se conoce que el público no estaba para muchas fiestas.

Será por eso que a Abascal le comió parte de la tostada un ‘influencer’ –igual de extremoso– que concurría precisamente bajo el título: “Se acabó la fiesta”. Podría ser un buen tema para Eurovisión, si el promotor de la iniciativa se anima a ponerle música.

“Lo mismo les da por votar a un Chikilicuatre que a ultraderechistas con o sin seudónimo”

Tanto el concurso de la canción como el de candidatos cantantes suelen tener sus propias cuotas de extravagancias. En el caso de España, ese cupo parece haberlo cubierto el flamante eurodiputado que se apoda a sí mismo Alvise, con sus tres escaños bien remunerados y la inmunidad adjunta al puesto.

Nada nuevo, en realidad. Años atrás había conseguido también dos actas el entonces popular empresario José María Ruiz-Mateos. Las europeas facilitaron igualmente, hace un decenio, el espectacular debut de Pablo Iglesias, a quien ha relevado esta vez Irene Montero como representante de Podemos, un partido vagamente familiar ahora en declive.

Al margen de estas anécdotas, que son la salsa de Eurovisión y de las europeas, los verdaderos triunfadores del domingo han sido, como de costumbre, los abstencionistas.

Con un 50,77 por ciento de votos no emitidos, el fantasmal partido de la abstención sobrepuja a todos los demás por junto o por separado, lo que apenas le valdrá alguna que otra nota a pie de página o de micrófono en los medios.

Siguiendo la tradición, las elecciones de este fin de semana han reincidido en la baja participación habitual que suele dejar en casa a la mitad del censo. Choca un poco ese desinterés. Cualquiera diría que en Europa –aunque no se trate estrictamente de la UE– hay dos países en guerra desde hace un par de años. Y con munición auténtica, por desgracia.

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