Opinión | El trasluz
Teologías de acero
El terraplanista no es terraplanista por mala voluntad, sino porque no le queda más remedio. No ha encontrado otro modo de disentir cuando la vida está montada sobre la disidencia. Ahora bien, la disidencia es un arte que debería incluir ciertas habilidades diplomáticas. Uno se puede cagar en todo, yo mismo lo he hecho con frecuencia, sin advertir que se caga en sí mismo al mismo tiempo. Se trata de una forma de autodestrucción de la que, si eres consciente, allá tú; si no lo eres, vas de culo. El asunto, en cualquier caso, es disentir, no estar de acuerdo, llevar a la cena familiar de Nochebuena unos planteamientos políticos, religiosos o estéticos que marquen la diferencia. Eso, o callar, porque cuando se atraviesan ciertos límites mentales de carácter íntimo, uno se coloca más allá de la disidencia y del acuerdo, en un espacio límbico en el que la frase a pronunciar es “pobre mundo”.
Carecemos de instrumentos eficaces contra el miedo a la desindividuación. La vida es una pérdida continua de la individualidad. No has acabado de construirla y ya se está yendo por el sumidero. La Iglesia tardó siglos en aceptar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés. El papa de Roma y los obispos se negaban a asomarse al telescopio porque lo que se veía al otro lado eran años de teología escurriéndose por el desagüe de la historia. No es fácil sustituir una teología geocentrista por otra heliocentrista. Requiere tiempo, como cuando un político cambia la versión de un hecho por su contraria.
La humanidad es patética porque no puede ser humana, que es como si a un insectívoro no se le permitiera comer moscas. El negacionismo, en fin, no deja de ser la forma de afirmacionismo de aquel que no puede sobrevivir sino en la constatación permanente de su identidad. Nos pasamos la vida peleándonos con nuestras propias ideas como el que se rompe un dedo del pie al atravesar el salón de su casa, atiborrado de muebles. Discutir con un terraplanista es como tropezar con la mesita del café. Somos los inventores de una herramienta, la cultura, que aún no hemos aprendido a utilizar. No tenemos remedio ni progresistas ni reaccionarios porque vivimos atrapados en teologías de escasa flexibilidad: se rompen si las tocas. A ver qué me dice hoy el horóscopo.
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