Opinión
Carlos Rosón*
Alternativas al discurso del odio
Se define el delito de odio como la realización de conductas ilícitas donde el autor se sirve de sus prejuicios e intolerancia hacia personas que poseen una característica o condición, ya sea real o percibida, diferente a él mismo. A esta definición podemos añadir el concepto de discurso de odio, señalado por Naciones Unidas, como cualquier tipo de comunicación, oral o escrita, así como comportamientos, que atacan o utilizan un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son. En otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad.
Resulta difícil establecer una cuantificación precisa de los discursos de odio. Sin embargo no es necesario estar perfectamente informado para advertir cómo en los últimos años estos discursos han permeado de manera constante a través de las redes sociales, la televisión y otros medios (o simplemente siguiendo las sesiones control en el Congreso de los Diputados).
En cuanto a los delitos de odio, han crecido prácticamente un 30% en el último año, principalmente el racismo y los relacionados con la orientación sexual y de identidad de género, que han aumentado un 65,11% y un 46,60%, respectivamente.
Por si esto fuera poco, la última encuesta sobre el tema reflejó que solo una de cada diez víctimas lo denuncia. Las razones son diversas: encontrarse en situación irregular administrativa, tener escasos recursos económicos, falta de reparación del daño, desconocimiento del proceso, no desvelar la orientación sexual y, lo que es más preocupante, la ausencia de confianza en el sistema.
Estos comportamientos atentan contra la dignidad humana, vulneran los derechos fundamentales de cualquier ser humano y socavan el modelo de sociedad democrática que es necesario defender. Pero no solo afectan a las víctimas directas, sino que también generan un impacto en las comunidades a las que pertenecen esas personas, creando miedo, ansiedad, reacción y división.
Si tenemos en cuenta que quienes sufren esos delitos suelen estar ya en una situación previa de desprotección, podemos imaginar el impacto que el odio tiene en sus vidas. Un joven del sistema de protección de menores puede estar sufriendo una doble, triple o a veces cuádruple victimización: por pertenecer a ese sistema (desconociendo que está ahí para ser protegido, no por que haya hecho algo malo), por ser mujer, por ser inmigrante, por pertenecer a la comunidad LGTB...
Por eso es muy importante ofrecer alternativas, compromiso y posicionamiento como el que han puesto en marcha el futbolista Brais Méndez y el Concello de Nigrán, acompañando a IGAXES en la campaña #STOPODIO: intervención social, cultura y deporte como herramientas a poner en juego contra este tipo de comportamientos y discursos.
Somos conscientes del poder de convocatoria del fútbol y de la influencia y poder de modelaje que las grandes figuras de ese deporte pueden llegar a ejercer sobre muchos niños, niñas, jóvenes y non tan jóvenes para trasladar este mensaje. Por eso es tan importante que personas como Brais Méndez hablen con valentía de sus experiencias, se comprometan a dar visibilidad a este problema y ayuden a promover un cambio de mentalidad.
*Director de IGAXES
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