Opinión | El correo americano

Fantasmas de las campañas pasadas

Los demócratas y los republicanos no son hoy lo que fueron. La trayectoria de ambos partidos en la historia estadounidense es incoherente y algo confusa. Esto se debe en buena medida al hecho de que, en realidad, no son instituciones ideológicas arraigadas sino plataformas a través de las cuales se expresan inquietudes políticas transitorias. Los demócratas sureños eran segregacionistas, racistas y populistas; algunos republicanos se convirtieron en los adalides del progresismo durante el siglo XIX. El Partido Demócrata es el partido de Franklin D. Roosevelt y Barack Obama, pero también el de Andrew Johnson y George Wallace. El Partido Republicano es el partido de Abraham Lincoln y Dwight D. Eisenhower, pero también el de Barry Goldwater y Joseph R. McCarthy.

En ambas listas hay personas que, más allá de las siglas, no parecen tener nada en común. Se reivindican legados, ideas, posiciones concretas. Obama, demócrata, admiraba a Lincoln, republicano. Trump colocó en el Despacho Oval el retrato de Andrew Jackson, el hombre que refundó el Partido Demócrata. La cena anual de recaudación de fondos de los demócratas se llamaba la “Jefferson-Jackson Dinner”, en honor a sus precursores (en algunos estados cambiaron el nombre del evento arguyendo que ambos fueron dueños de esclavos). El referente político de Ronald Reagan, héroe del conservadurismo, era Roosevelt, un presidente que implementó políticas socialdemócratas. El republicano lo veneró toda su vida. “Su voz segura, fuerte y apacible resonó con elocuencia, proporcionando confort y resiliencia a una nación que vivía momentos tormentosos”.

Se dice que ahora los republicanos se han convertido en los representantes de la clase trabajadora y los demócratas en los defensores de los intereses de las élites, cuando tradicionalmente era al revés. Incluso en uno de los debates de las primarias republicanas, retransmitido por Fox News, sonó “Rich Men North of Richmond”, de Oliver Anthony, una canción que, tras alcanzar el puesto número uno, fue saludada como un himno de las personas corrientes. La letra de Anthony habla sobre la precariedad, la pobreza y la desigualdad, aunque algunos de los reproches que se manifiestan en ella coinciden con las proclamas de la derecha (los impuestos elevados, “los abusos” de los servicios sociales, la corrupción en Washington, etc.).

El trumpismo canalizó la ira del hombre común colonizando el partido de las corporaciones. Su electorado, harto de las “guerras interminables”, está en contra del intervencionismo en política exterior e incluso cuestiona el apoyo incondicional a Israel. Paradójicamente, el Partido Republicano hace campaña contra sus propias doctrinas, propuestas y legislaciones recientes. El neoconservadurismo que condujo a las invasiones de Irak y Afganistán. El poder centralizado y la vigilancia masiva. La desregulación financiera y la crisis de 2008... Los republicanos estaban al mando cuando todo eso se produjo. Pero Trump ha conseguido que se conviertan en la oposición de su pasado atribuyéndole toda la responsabilidad a los demócratas del presente. Ahora son proteccionistas y aislacionistas; anteayer eran lo contrario. El expresidente, antes de bajar por las escaleras mecánicas y transformarse en el ídolo de “los estadounidenses olvidados”, también donó dinero a las campañas demócratas. Sin embargo, parece que los votantes aprecian a quien sabe sacar partido de su furia con independencia de dónde provengan los males que la provocaron.