Crónica Política

Los horarios

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Dicen algunos observadores, sobre todo los más veteranos, que la política tiene algún lado gracioso. Y ha de ser así, sobre todo cuando habla la señora vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo. En román paladino, varios afirman que su señoría tiene ocurrencias que animan la vida pública e incluso llegan a provocar la carcajada. La última –por ahora– es la que se refiere a las declaraciones de doña Yolanda en relación con los horarios de las cafeterías y restaurantes

Los horarios nocturnos que se siguen en España y Galicia son básicamente una muestra de libertad mercantil. Es verdad que distintos de los que imponen la Venezuela de Maduro o la dictadura guineana o lo que establece el régimen de Corea del Norte, pero a estas a alturas y en las democracias suenan más a esperpento que a otra cosa. Sobre todo, encierra una especie de broma macabra que atenta contra un concepto que parece cada vez menos importante aquí: la libertad. Lo cual es grave, seguramente más que eso, pero peor sería dejar el asunto sin comentario.

Véase como ejemplo a Galicia. Lo que propone doña Yolanda, de una forma indirecta pero clara, es nada más ni nada menos que cambiarle la vida a la gran mayoría de la población española. Ni se diga a la gallega, que tienen el sector turístico, en los servicios y en otras actividades de todos conocidas una de sus principales fuentes de ingresos. Los ingresos que dinamizan la economía y que impiden, entre otras cosas, que este viejo Reino no entre en la espiral peligrosa de repartir ayudas y subvenciones a troche y moche. Es decir, convertir gran parte de sus recursos en puro desorden.

La ministra Díaz, a la vez que lo dicho, propone una formula de horarios que no casa con las costumbres del país ni con sus usos gastronómicos. Y aunque no es la primera vez que la vicepresidenta, cuando se explica, confunde más que aclarar le es aplicable ahora el viejo sarcasmo que dice que “ cuando habla, sube el pan”. Y eso, en una ministra de Trabajo, es, sin la menor duda, excesivo. Y que nadie interprete lo que precede como una opinión hostil: solo es un punto de vista personal.

Aconsejar prudencia, y sobre todo claridad, a la ilustre ferrolana, no es otra cosa que reducir mucho la confusión que produce su discurso cada vez que lo hace en público. En estos tiempos de confusión lo menos que se le puede pedir a una responsable de lo laboral es prudencia y ciencia, además de conciencia, que es como dejó escrito un ilustre fraile aragonés con ocasión del Compromiso de Caspe. Porque la alta condición que disfruta su señoría implica un mínimo de sensatez a la hora de exponer intenciones, especialmente cuando conllevan limitaciones a la libertad de los ciudadanos a los que gobierna.