la columna

Biden y su helado

Los niños y niñas de la Franja de Gaza carecen de futuro y viven en un presente sórdido donde a nada tienen derecho

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Si se pudieran elegir los sueños, nadie querría sumergirse en pesadillas que tuvieran que ver con guerras o genocidios como los que estamos viviendo y ante los que cada día parecemos más anestesiados. Recuerdo que cuando empezó la guerra de Ucrania, invasión más bien, mi madre me dijo que ella pensaba que no volvería a vivir una guerra en Europa, y sin embargo ahora, pasados tantos meses desde el inicio del conflicto, no dice nada, y no lo hace porque hemos convertido en cotidiano los ataques contra la población, y el horror de la guerra lo hemos añadido a nuestra dieta diaria.

Lo mismo pasa con Gaza, donde parece que el acuerdo está más cerca después de ver cómo el terror y el miedo lo inundaban todo, y ahora parece que habrá una tregua de 40 días para canjear rehenes por presos y reparar hospitales y escuelas que quizá vuelvan a ser destruidas ante la perplejidad del mundo, que asistirá con un "no puede ser" a la activación de un conflicto que jamás se ha desactivado, y donde el mayor de los sufrimientos se lo llevan los niños y niñas de la Franja, que carecen de futuro y viven en un presente sórdido donde a nada tienen derecho, solo al polvo y al ruido de la metralla.

Y en medio de todo, un presidente saborea un helado mientras anuncia esa inminente tregua, y es esa la imagen que queda, porque destrona la compasión, tan destronada como nació, y poco importa que Biden anduviera visitando una heladería y fuera en ese contexto en el que tuviera que responder a los periodistas que hasta allí habían sido convocados, porque en política, debiera saberlo el señor Biden, los gestos dicen casi siempre más que las palabras, y con su gesto, de dulce placer estival, hablaba del horror y del sufrimiento y de la esperanza ante una tregua que no es más que un evangelio encriptado sin buena nueva en su corazón.

Luego, el informativo se centró en Ábalos y en su comparecencia, señalando que no dejaba su acta de diputado y que entraba a formar parte del Grupo Mixto. Dijo muchas cosas con un gesto adusto y lleno de rencor, y pensé que, tuviera o no razón, eso poco importaba, porque del mismo modo que Biden no debió hablar del dolor de Gaza saboreando un helado, él tampoco debió culpar a los otros de lo que, si sus manos no tocaron, sus ojos sí debieron ver. La política no es abreviada, no debiera serlo, y por eso Ábalos es responsable ética y moralmente de lo que hizo su mano derecha, y cobijarse en el Mixto se convertirá en una estrategia dolorosa y llena de puentes rotos que en nada va a beneficiar a nuestra ya de por sí devaluada clase política. Pensar en uno es necesario, no honorable.

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