Vivir también es olvidar

Julio Picatoste

Julio Picatoste

Cuando contemplamos nuestra vida pasada creemos ver en un mar desierto el rastro de un barco que desapareció.

Chateaubriand

En nuestro cerebro hay más olvido que memoria. Eso dicen los psicólogos. Y este hecho me parece desconcertante, dramático. No hablo del olvido ocasional, esos fallos de memoria propios de la edad. No, hablo del olvido generalizado de amplios espacios del pasado devorados por la amnesia. La memoria es, para cada uno, el testimonio de la propia existencia. Pablo Neruda tituló sus memorias con la frase Confieso que he vivido. Pero si hace esa confesión es porque sabe que ha vivido, y lo sabe porque se lo hace patente la memoria, su memoria del tiempo pasado, el suyo, que así se lo atestigua, tal como nos ocurre a cada uno de nosotros. Es la memoria que los psicólogos llaman autobiográfica, que guarda no solo el conocimiento de nuestras propias características sino de nuestra historia personal, de lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado, lo que hemos vivido, en suma. Por eso se dice que esta memoria autobiográfica nos permite conservar un sentido sólido de nosotros mismos (Mazzoni). La memoria me sirve para responder a esta pregunta: ¿quién soy? Si pierdo la memoria autobiográfica pierdo mi propia identidad. Cuenta Daniel L. Schacter, catedrático de Psicología de la Universidad de Harvard, que un paciente suyo, a quien una herida en la cabeza le había borrado parte de sus recuerdos, le decía que había perdido el sentido del yo; y una y otra vez le repetía: “no puedo pasar revista a mi vida”. Es decir, a aquel hombre le ocurría que ciertas partes de su vida se habían borrado, habían quedado sumidas en el olvido, como si se hubiesen evaporado, y, por lo tanto, a causa de esa amnesia carecía del testimonio de lo vivido, había un vacío que restaba compactibilidad a su yo. Es como si a una película le cortaran varias secuencias que rompen el hilo narrativo; lo que sobrevive pierde sentido, no se entiende sin las partes amputadas, deja de ser, en suma, una historia.

"Nuestra capacidad de olvido es mayor que la de acopio en nuestro archivo memorístico. Por eso se dice que el tiempo está hecho de olvido"

Es un golpe muy duro saber que, al final, albergamos más olvido que memoria, que es más lo que olvidamos que lo que recordamos. Hay pues como una extensa parte de nuestra vida que se ha desvanecido, que se nos va por el desagüe de la amnesia, y, quiérase o no, si no podemos recordarla es como si no la hubiésemos vivido; es posible que haya dejado algún vestigio en el fondo de nuestra personalidad, en ese agujero oscuro que es la desmemoria, pero siendo incapaces de reproducir aquel pasado, no tenemos ya conciencia de él. Vale tanto como decir que en nuestro cerebro hay más muerte que vida. Solo recordamos parte de nuestra vida. Nuestra capacidad de olvido es mayor que la de acopio en nuestro archivo memorístico. Por eso se dice que el tiempo está hecho de olvido. El tiempo es vida, pero si del tiempo forma parte el olvido, vivir también es olvidar. Trate el lector de recordar qué ocurrió en su vida entre los cinco y los diez años o entre los veinte y los treinta y verá que no todo es recuperable que, al margen de episodios concretos, solo será capaz de recomponer una suerte de recapitulación o resumen de aquel trayecto vital, pero que, al cabo, es más lo olvidado, lo que se ha perdido, lo que se ha hundido en el fondo del océano de la amnesia, o en el fondo de las aguas del río Lete, aquel río del Hades del que griegos y romanos creían que al beber de su agua se perdía la memoria. Una buena parte de nuestra vida pasada se pierde del todo cuando el paso del tiempo la sumerge en las profundidades de tan nefasto caudal.

Leo en Pascal Chabot que “en toda partitura de una vida, solo algunos acordes siguen sonando antes de perderse en el silencio”. Como los músicos del Titanic, que continuaban tocando, como testimonio último de vida, mientras el barco se hundía en las gélidas aguas del océano. Esos acordes son la memoria que logra sobrevivir; ellos nos acompañarán hasta el final del viaje; seguirán con nosotros y con nosotros se extinguirán hasta desvanecerse –y desvanecernos– en el silencio definitivo.

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