Crónica Política

La fantasía

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Tal como estaba previsto, la llamada conferencia del PSOE no ha sido otra cosa que una convocatoria a su afición para que trate de arreglar la mala perspectiva que le dan las encuestas de cara al 18/F. Se trata de una opinión personal, a la vez que, de una crítica, porque aunque nadie aguardaba otra cosa, la cita apenas ha servido para distinguir los dichos de los hechos. O sea, la diferencia abismal entre lo que prometen los señores Sánchez y sus ministros y lo que dice que hará el candidato señor Besteiro.

El caso de don José Ramón resulta especialmente llamativo. Con experiencia de gestión, y un impoluto curriculum, el candidato del PSdeG-PSOE va en la línea de prometer lo que haga falta para intentar una remontada francamente difícil. Quizá por esa necesidad incurre en contradicción cuando promete facilidades para la industria eólica, por ejemplo, a la vez que el Gobierno central no hace sino restringir la capacidad de expansión de esa energía. Este periódico publicaba no hace demasiado tiempo que Galicia solo exporta menos del ocho por ciento de su capacidad energética en ese terreno.

Es verdad, y costumbre, que las campañas electorales confundan –como ya se ha expuesto– los dichos con los hechos. Pero eso es algo más que un hábito no escrito: en estos días se oye hablar aquí a personajes que, como Zapatero, critican la tarea de cualquier gobierno que no sea socialista, olvidando que durante su mandato el Noroeste apenas tuvo cosa distinta a disgustos. Y en cuanto a don Pedro Sánchez y varios de sus ministros podría decirse algo muy parecido, aunque multiplicado por tres.

Es cierto, desde luego, que la fantasía es propia de los políticos cuando se disputan puestos de relevancia electoral. El BNG, por ejemplo, promete estos días una serie de proyectos en los que expone el “qué”, pero apenas explica el “cómo”. La señora Díaz acude a una manifestación programada y preparada para conseguir votos y no remedios, y su balance es una fotografía recogiendo una bolita de pélets. Y hasta el PPdeG incurre en las fantasías propias de Moncloa cuando compite con ésta: matrículas universitarias gratuitas, ayudas a los jóvenes por serlo, y un dinero a tutiplé que haría falta con urgencia en sectores casi olvidados como el comercio y la actividad económica autónoma.

Desde luego, cuanto se deja dicho es eso que ahora mismo se llama “la política”. Ocurre sin embargo que la democracia como sistema, y los demócratas como protagonistas, están obligados a actuar más que a hablar, y sobre todo, en satisfacer las necesidades que ellos mismos denuncian pero que padecen las gentes del común. Convertir las campañas electorales, y las elecciones mismas, en un relatorio de dichos y hechos (supuestos), aparte de en una enciclopedia de promesas sin referencias concretas de fecha y presupuesto, es un fraude. Y por más que se repita, la insistencia no convierte a ese modo de actuar en virtud. Lo peor es que lo paga la sociedad entera.